Un peluche enorme
Esta remake de una película de Disney de 1977 es ideal para niños pequeños.
Mi amigo el dragón es un nuevo producto reciclado que nos llega desde ese desierto de la imaginación llamado Hollywood. No muchos recuerdan la película original, de 1977, en la que el dragón era un simpático dibujito animado de pelo púrpura y cuerpo verde, que interactuaba con actores de carne y hueso (entre los que estaban Mickey Rooney y Shelley Winters). En esta remake, la criatura es una sofisticada CGI (imagen generada por computadora), del mismo estilo realista de los animales de la reciente El libro de la selva. No es la única coincidencia: la historia también aborda el tema del niño criado en lo salvaje y su choque con la civilización.
Perdido en medio del bosque luego de un accidente automovilístico en el que mueren sus padres, Pete es rescatado de los lobos por un dragón amistoso al que bautiza Elliot. Conviven durante seis años en la espesura, hasta que un día son descubiertos y su supervivencia se ve amenazada. Lejos de los temibles reptiles de Game of Thrones, aquí el dragón tiene la textura de un peluche gigante y el comportamiento juguetón de un cachorro. Las mejores escenas lo tienen en primer plano a él y su entrañable -y muda- relación con el nene.
Mezcla entre la mencionada colección de cuentos de Rudyard Kipling y Tarzán, con algo de El corcel negro, la trama de la película es simple e ideal para niños pequeños. Como gran parte de las películas de Disney, viene con moraleja, que en este caso apunta a la ecología y al fomento de la creatividad y de ese fenómeno infantil que son los amigos imaginarios. Otro sello Disney es la búsqueda de la emotividad a toda costa, algo que en este caso está demasiado subrayado por la empalagosa banda sonora y los ojos permanentemente húmedos de Bryce Dallas Howard.
Como suele ocurrir con estas reencarnaciones de películas que marcaron la infancia de una generación, los fanáticos del filme de los ‘70 pusieron el grito en el cielo diciendo que poco quedaba en esta remake del espíritu de la original, haciendo hincapié sobre todo en la falta de sentido del humor. Es probable: el propio director lo admitió. Pero más allá de las comparaciones, nadie dejará de tener ganas de abrazar a este nuevo Elliot.