Tras un accidente automovilístico, Pete se pierde en el bosque y encuentra la amistad de un dragón montañés, si tal cosa es posible. En unos indeterminados setenta u ochenta (no existe el celular), en una aldea cercana al hecho, el viejo Meecham (Robert Redford) cuenta historias del dragón, y años después, durante un desmonte, aparece Pete, un niño salvaje, la punta del ovillo para hallar a la criatura. Pero el film de Disney cuenta todo más deshilvanado, no sabe si ir por una cacería tipo King Kong, una fantástica historia de amistad (el dragón tiene un colmillo roto y algún ADN del perro gigante en La historia sin fin), o hacer ambas cosas. Y así lo hace, mete todo y genera cierta irritación por tanta torpeza. Una pena. Disney junta a un chico selvático a la Kipling con un dragón de animación en las Montañas Rocallosas, y hace creer que, por momentos, tal cuadro es posible. No es poca cosa.