La voz del perro es la de Kevin Costner. Más allá de la amabilidad a reglamento de una historia a la que no le falta ningún conflicto de los que pueda adivinar el espectador, esa voz le da una dimensión especial.
Hay un perro que narra la historia y tiene la voz de Kevin Costner. Hace metáforas con las carreras de autos y cuenta la relación con la familia a la que pertenece. Es todo convencional.
Y uno se conmueve de manera más o menos conductista con una historia que está diseñada para que asome la sonrisa tierna y la lágrima fácil. Los perros saben hacer esas cosas, y las historias de mascotas son una trampa mortal para los lagrimales.
Pero volvamos a lo importante: la voz del perro es la de Kevin Costner. Más allá de la amabilidad a reglamento de una historia a la que no le falta ningún conflicto de los que pueda adivinar el espectador, esa voz le da una dimensión especial a una película cuya originalidad de superficie es menos importante que la convención evidente.
Y le recordamos: la voz del perro es la de Kevin Costner, lo que lo convierte en el único can al que le compraríamos un auto usado.