Del desamor al espionaje en dos escenas.
La confusión de identidades y el devenir de personajes involucrados en un conflicto que los arrastra fuera de su hábitat natural es un tropo harto transitado por la comedia de enredos. Mi ex es una espía (The Spy Who Dumped Me, 2018) es un híbrido algo particular, con retazos de dicha comedia de enredos, elementos paródicos del género de espías y un dejo de la rutina clásica de “parejas desparejas” enfrentadas a una situación desafiante.
Audrey (Mila Kunis) se encuentra en plena crisis existencial, festejando su cumpleaños mientras se lamenta por la inesperada borrada de su novio Drew (Justin Theroux), quien la abandonó sin dar una sola explicación. Lo que Audrey ignora es que este trabaja como espía encubierto para la CIA. Cuando una organización secreta quiere hacerse con una información ultrasecreta que Drew escondió en el departamento de su flamante exnovia, Audrey y su mejor amiga Morgan (Kate MacKinnon) quedan envueltas en una conspiración entre agencias de inteligencia y organizaciones de espionaje que harán lo que sea por recuperar el MacGuffin en cuestión, excusa mediante la cual las dos amigas recorrerán las principales ciudades de Europa mientras intentan salvar sus vidas.
Digámoslo sin pelos en la lengua: a Kunis le cuesta horrores moverse con soltura en el pequeño subgénero de las comedias absurdas, como pudimos evidenciar hace no mucho tiempo con la saga de El club de las mamás rebeldes (2016) y La navidad de las mamás rebeldes (2017). La comedia romántica es su territorio más transitado, pero cuando se la enfrenta a un relato que exige abrazar el sinsentido y el humor más cáustico, no la pasa del todo bien. Su opuesto exacto es justamente MacKinnon, quien viene haciendo escuela con personajes lisérgicos que parecen una improvisación constante escena tras escena, sin importar la película.
Los guiños al universo de James Bond están a la orden del día, con agentes involucrados en ambos bandos, persecuciones por angostas calles europeas, dispositivos tecnológicos inconcebibles y villanos tan malos como caricaturescos. El juego de espías toma un giro hacia lo cómico y da lugar al road trip para las amigas, recurso que por momentos parece intentar canalizar los enredos de Bill Murray en El hombre que sabía muy poco (1997).
No obstante, mientras todo parece sugerir que se trata de otra comedia pasatista, la directora Susanna Fogel intercala pequeñísimos momentos de humor ácido, interpelando a la cultura americana, la particular forma de ser de los estadounidense y la percepción que de ellos tiene el resto del mundo. Valor agregado para una comedia que sería del montón si no contase con estos breves destellos, considerando ese principio -puesto en acción a través de sus personajes- según el cual siempre hay que moverse de la zona de confort.