El auge de la relectura en clave femenina de las otrora masculinas “buddy movies” es otro signo de los tiempos que corren en Hollywood (y Occidente). Esta vez, la dupla protagónica de amigas está a cargo de Mila Kunis y Kate McKinnon -bajo la dirección de otra mujer, Susan Fogel- como dos chicas comunes que se ven envueltas en una trama de espionaje.
Si la película no termina de funcionar, no hay que echarles la culpa a las actrices. Menos que menos a McKinnon, que hace valer el sello de calidad del Saturday Night Live que engalana su curriculum. Como ya había ocurrido en la Cazafantasmas femenina, los momentos más -tal vez habría que decir los únicos- graciosos van de la mano de su frescura y desparpajo. Más allá de algún que otro mohín de más, Kunis la acompaña con la suficiente corrección como para ayudarla a lucirse.
Además de sus gags flojos, de fórmula, tal vez lo que falle en esta comedia es que termina siendo un híbrido. Por un lado, no apuesta decididamente por el absurdo, porque el género a parodiar -las películas de espías- está presentado con demasiada seriedad. Se intenta que estas dos atolondradas se desenvuelvan en el marco de un guión plagado de escenas de acción hechas y derechas, sin un atisbo de comicidad más que algún gesto o exclamación de las protagonistas. Hay patadas, tiros, persecuciones y explosiones que emulan rigurosamente a Bond o Bourne, y en este escenario la comedia se desdibuja.
Es decir que la intriga de espionaje deja de servir como una mera excusa para las monerías de Kunis y McKinnon y pasa a tener relevancia. Pero, a la vez, no cuenta con la suficiente solidez como para sostener el interés. Y entonces el resultado es el clásico ni chicha ni limonada que no termina de conformar a nadie.