SUMAS QUE RESTAN
El relato de Mi ex es un espía es una sumatoria de elementos genéricos de diverso tipo y distintos talentos: el cine de espías en clave paródica; la comedia romántica y de amistad desde una perspectiva femenina; los protagónicos de Mila Kunis y Kate McKinnon; más los aportes en papeles de reparto de figuras como Justin Theroux, Sam Heughan y Gillian Anderson. Todo ese paquete metido en un relato centrado en dos mejores que quedan atrapadas en una conspiración internacional cuando descubren que el ex novio de una de ellas es un espía. El problema es que ese envoltorio nunca llega a ser un todo consistente y queda más como una acumulación de piezas que hasta se pisan y restan entre sí.
No deja de ser llamativo que parte de los hallazgos del film de Susanna Fogel pasen por su abordaje de la acción, donde se nota un trabajo preciso con las coreografías de la peleas, unas cuantas ideas interesantes a nivel visual y una saludable falta de filtros para exponer ciertas instancias de violencia. Por el contrario, donde surgen los mayores desniveles es por el lado de la comedia, donde pareciera que el único plan fuera poner juntas a Kunis y McKinnon a ver qué puede salir. Y aunque no se puede dejar de reconocer que ambas tienen recursos y son capaces de generar situaciones hilarantes, también es cierto que la primera muchas veces parece más preocupada por transmitir un discurso de empoderamiento femenino (algo que también se notaba en pasajes de las dos entregas de El club de las madres rebeldes) y que la segunda ha desarrollado hasta ahora una comicidad más vinculada al sketch televisivo que al espectro cinematográfico.
De ahí que Mi ex es un espía avance a los tumbos, con buenos momentos aislados entre sí y hasta gastando recursos potentes desde la repetición (por ejemplo, las conversaciones con los padres del personaje de McKinnon funcionan inicialmente pero luego carecen de impacto), mientras los conflictos de sus protagonistas nunca llegan a ser verdaderamente tangibles. En el medio, Theroux luce bastante apagado, Heughan no llega a lucirse en su papel y Anderson sale airosa poniendo simplemente cara de póker. A eso hay que sumarle una trama con demasiados cabos sueltos (aún a pesar de las licencias que puede otorgar su tono paródico) y un estiramiento del metraje para una historia que podía haber durado tranquilamente 90 minutos pero llega a rozar casi dos horas.
Si films como Spy, una espía despistada y Comando especial se apropiaban del molde de la acción para repensar y enriquecer la comedia, Mi ex es un espía trabaja por acumulación e interacción, pero sin llegar a construir algo realmente nuevo o potente que vaya más allá de lo previsible. El resultado es una película un tanto anodina, que no llega a explotar como presagiaban las expectativas.