Por un conservadurismo audaz
Fenómeno cultural desde el momento de su estreno, esta celebración de la causa queer terminó resultando un éxito masivo en Estados Unidos. Así como, desde ya, se puede afirmar que es una de las primeras candidatas firmes en la carrera del Oscar.
Una de las últimas provocaciones de Fogwill consistió en oponerse al matrimonio gay. El finado provocateur justificaba esa oposición en la que tenía por el matrimonio en general, al que consideraba una institución profundamente conservadora. Más allá de la obvia condición de boutade, de la brutal generalización que la sostiene y de su chueca perspectiva (por paradójico que sea, terminar en un embudo conservador no le quitaría a la legalización del matrimonio gay su condición de conquista histórica), lo cierto es que Mi familia podría usarse como nueva prueba de la cualidad profética que nunca nadie le negó al autor de Los pichiciegos. Como si se tratara de la versión queer de algún melodrama conservador de los ’50, la película de Lisa Cholodenko utiliza una aventura extramatrimonial para refrendar el voto por la institución familiar, en contra de la tentación adúltera. Que papá y mamá sean aquí mamá y mamá no cambia nada la defensa que la película hace de esa institución. Lo cual no quiere decir que la película no ayude a la causa queer. Tampoco que no sea buena. Audaz, incluso, en sus propios términos: ninguna película conservadora está impedida de serlo.
Lógico fenómeno cultural desde el momento de su estreno, un par de meses atrás, en Estados Unidos, a esta altura se habló y publicó sobre Mi familia (título tan soso como el original, The Kids Are All Right) lo suficiente como para que todo el mundo sepa más o menos de qué va. Joni (Mia Wasikowska, la Alicia de Tim Burton) y Laser (Josh Hutcherson, el chico-maravilla de El mágico mundo de Terabithia), hijos del matrimonio integrado por Nic (Annette Bening) y Jules (Julianne Moore), deciden conocer al hombre cuyo esperma permitió, veinte años atrás, que ellos nacieran. Saben que la idea no entusiasmará mucho a mamá Jules. Mucho menos a mamá Nic, la más estructurada de las dos. Pero la curiosidad es mayor que el recelo y rápidamente dan con Paul (Mark Ruffalo), ecoempresario californiano soltero, de aire entre amable y distraído, con quien se genera una instantánea simpatía mutua. Cuando se enteran, Nic y Jules reaccionan con astucia, invitando a Paul a cenar e ignorando que el tipo terminará poniendo a prueba no sólo su matrimonio, sino la estabilidad familiar, al hacer aflorar grietas que estaban apenas debajo de la superficie.
Como si se tratara de un psicópata naïf, Paul dará a cada miembro de la familia, así como al descuido, lo que le estaba faltando. A Joni, que acaba de terminar el secundario y está por marchar al college, le da calidez y comprensión. A Laser, un modelo distinto a los que conoce. A Nic, obstetra tensa y responsable, le permitirá revivir los tiempos en que tenía a Blue, de Joni Mitchell, por credo y paraíso. A Jules, que tiene algo de adolescente tardía, le dará con todo, si se permite la expresión: tras veinte años de convivencia, el sexo con Nic viene mustio y desvaído. Hello!, exclama Jules, en éxtasis, al ver el pene erecto de Paul, como el sediento ante el agua en el desierto. Si el agua que le andaba faltando a Jules era el sexo o el pene es la pregunta-bomba que a Cholodenko, que es lesbiana, le divierte tirar. Hasta ese momento, Mi familia se plantea como comedia. Comedia familiar, comedia de situaciones, comedia erótica, comedia post-Stonewall (como High Art, ópera prima de la realizadora) y post-California de las flores (como Laurel Canyon, la anterior de Cholodenko, editada aquí en video). De allí en más será melodrama.
Si la demasiado calculada inscripción genérica le da a Mi familia un aire definitivamente convencional, los giros a contrapierna que la realizadora practica la sacan de allí. La literalidad con que Nic y Jules calcan roles tradicionalmente reservados a marido y esposa es sumamente provocativa, en el sentido fogwilliano de la palabra; la brusca bajada a tierra de la familia no convencional, también. Que mamá y mamá estén inquietas porque el hijo podría ser gay entra dentro de la misma línea de provocación, tanto como la salida del closet de enfrente que Jules experimenta al conocer a Paul. Que en el set se respiraba un clima de máxima libertad (una suerte de fumadero general, se diría) lo testimonian las actuaciones, todas ellas explorando todos los registros. Pero ese contagioso aire de relax, esa libertad verdadera que el guión y en cierta medida la puesta en escena se permiten durante largos tramos, irá a dar inapelablemente a la condena moral del intruso, la repulsa por la aventura extrafamiliar y la restauración matrimonial que el gesto final subraya, como para que no haya lugar a dudas. Tal vez por eso esta campeona de lo queer terminó resultando un éxito masivo en Estados Unidos. Así como, desde ya, una de las primeras candidatas firmes en la carrera del Oscar. Va a ganar varios premios, se puede ir anticipando.