Comedias que dejan secuelas de gravedad
Si bien Mi gran casamiento griego no fue más que una comedia de enredos que no hacía otra cosa que basar el conflicto en la relación entre Toula (Vardalos) y Ian (Colbert) gracias a la reticencia de la familia de la novia en aceptar a alguien que no fuese de la colectividad griega, la historia tenía su público cautivo y quizás pudo ganar algunos espectadores extra con ganas de divertirse con algo liviano y sin pretensiones pero con desenfado. Muy diferente es lo que sucede con Mi gran boda griega 2 -cuyo uso del sinónimo “boda” para describir lo mismo no se entiende demasiado en la traducción- en la que el humor y los momentos disfrutables brillan por su ausencia.
Casi dos décadas después de que Toula se casara con Ian y se presente a la familia Portokalos con sus miembros originales a pleno, la historia continúa sumando a la familia a la hija de ambos, ya adolescente, a la cual su abuelo quiere conseguir un pretendiente “digno” para casarse. Pero no será ella quien brinde el motivo para la boda a celebrar -hubiese sido un tanto forzado dada su edad-, sino otro más “natural”: el padre de Toula descubre que no está casado en los papeles con su esposa ya que el sacerdote que ofició la ceremonia no firmó el certificado en su momento, motivo por el cual decide proponerle repetir la celebración, festejos incluidos. Y a partir de allí los problemas más grandes pasarán por un poco de histeriqueo de la anciana novia hasta último momento, el agobio de la hija/nieta adolescente por la familia que no la deja buscar tranquila sus propias relaciones y cierto desencuentro, muy leve, ínfimo, apenas perceptible a pesar del esfuerzo, entre Toula y su esposo Ian por las ocupaciones absorbentes de ella en lo que respecta a trabajo y familia. Algo que se resuelve en una escapada que hacen ambos con la sola excusa de que ella deje de parecer una ama de casa fregona y zaparrastrosa, y se luzca con un look más vistoso, aunque sea por unos minutos.
A pesar de la chatura del guión podrían salvarse las situaciones con algo de timing y buenas interpretaciones, pero aquí tampoco aparecen. Las escenas son como pequeños sketches filmados con tanta carencia de pericia que hasta tienen el tiempo en el que podrían ir insertadas las risas al final -y favor que le hubieran hecho si se hubiesen animado a usar el recurso-, incluyen planos y contraplanos extensos con los gestos necesarios para que quede claro el chiste, por malo que sea, y una lentitud narrativa que se justifica cuando los que intervienen son los ancianos pero resulta bochornosa y hasta incómoda cuando les toca a los demás.
El problema es que no estamos ante improvisados; el director Kirk Jones nos ha regalado la refrescante El divino Ned (1998) o la medianamente entretenida Nanny Mcphee (2005) entre otras pocas obras menos recordadas, pero que están lejos de este piso; John Corbett -que hay que reconocer que aquí hace lo que puede-, tiene una trayectoria extensa en la comedia y hasta Nia Vardalos tiene en su currículum casi la misma producción que ostenta el actor -su marido en la vida real-, pero aún así no puede ocultar su insufribilidad en el doble rol de intérprete y guionista.
Tampoco es justo responsabilizar a la pobre Vardalos de insistir con lo suyo, Tom Hanks produce este engendro en el que se ha asociado a su esposa Rita Wilson -que también aparece en un breve personaje- y eso hace que comprendamos con claridad que un actor que ha sabido colarse en los roles más icónicos del cine contemporáneo y hacerlos inolvidables, no necesariamente debe ser además un productor con buen ojo.
Lamento no haberme enterado de que Mi gran boda griega 2 estaba en preproducción, porque de ser así le hubiese sugerido a Vardalos que ensayara convertirla en un biopic de nuestra griega más popular, Miss Xipolitakis, cuya boda narrada en pantalla, con el exótico personaje que tiene por prometido, hubiese causado mucha más hilaridad y divertimento, cualquiera fuese el punto del mundo en el que se estrenara. Ahora ya es tarde.