Una familia muy normal
Sin el efecto sorpresa de la primera entrega, se las ingenia para sostener el interés por la familia.
Casi de manera natural, como si se tratara sólo del paso del tiempo, Mi gran boda griega 2 va al reencuentro de la familia Portokalos, un clan muy particular que basó su éxito en la capacidad de sorpresa y la frescura del filme que le dio origen a principios de la década pasada. Tratándose de una segunda parte, resulta imposible que tal impacto se repita, el desafío pasa entonces por volver atractivo el devenir de personajes que pertenecen al mundo del cine.
Y el principal pecado es la exageración, característica de muchas de estas segundas partes que buscan atrapar al espectador por algún lado. Aquí, Ian y Toula, la pareja protagonista del primer filme, ceden espacio a la historia de los padres de Toula, pero principalmente a Paris, la hija que intenta abrirse camino en un mundo cada vez más diverso, presa de un juego de identidades culturales.
Como se mantiene gran parte del elenco de la versión original, lo que vemos se parece mucho a una serie. La novedad es el cruce generacional que propone la película, una nueva ensalada griega. Por supuesto que Ian y Toula siguen juntos, tratando de reencauzar su amor adormecido bajo la burocracia cotidiana. Ella jamás pudo despegarse de su familia. Sigue encerrada en el restaurante de sus padres, con su matrimonio vuelto un hecho rutinario. Paris, a punto de entrar en la universidad, lucha a diario contra un embarazoso acoso familiar. Hay tironeos, cansancio, vínculos horadados y chistes repetidos hasta el cansancio.
Hasta que un hecho casual despierta la helenidad contenida. Los padres de Toula descubren que su certificado de matrimonio no tiene validez y no les queda otra que volver a casarse. Nueva boda y viejos problemas.
Dijimos que hay un exceso de gags, que a pesar de los años, muchos de los chistes parecen reiterativos, y que ese es el costo de volver a poner en circulación, en pantalla, a unos personajes que funcionaron bien, pero que necesitan más riesgo. Lo mucho de Alejandro Magno, Sócrates y fonética griega, la nada de la actualidad acuciante de ese país, sumido en una crisis que el filme esquiva por completo es casi una metáfora de lo que ocurre en la película, que vive demasiado de su propio pasado.
Aún así, en la lectura general, la película logra ese equilibrio medido entre una risa por evocación y una sensibilidad acotada que le permite mantener el clima y la calidez de aquélla experiencia inicial. Amparada principalmente en los protagonistas, que asumen la continuidad de sus roles. Otra vez se luce Nia Vardalos, muy bien secundada, que además es la autora del guión. Y ayuda la incorporación de Paris, aunque sea una salida de manual, que propone un cruce generacional, una mirada distinta de las tradiciones, de la familia. Siempre desde el amor a la griega.