Bailando por un sueño mongo.
El tema principal de Mi Gran Noche es la felicidad impostada de la televisión; la falsedad deliberada de risas tensas y eternas deseosas de transmitir una alegría de manual. En el universo de De la Iglesia, el espectáculo que la TV ofrece -en este caso, el festejo de un fin de año apócrifo pero también podría ser el noticiero de la cadena JQK de Acción Mutante o una entrevista a Nino y Bruno en Muertos de Risa– es siempre traicionero, demente, vigilante u opresor. Tras bambalinas sólo importa que la maquinaria demencial continúe produciendo a toda velocidad para que el espectáculo consiga la perfección de una gran farsa. Por ello el director nos sumerge en una narrativa hipertensa, con taquicardia, para que podamos sentir la presión de los engranajes del gran show.
De la Iglesia introduce lo político también de manera explícita. En las afueras del estudio donde se graba su fiesta inolvidable, se desarrolla una manifestación de empleados despedidos que es brutalmente reprimida por las fuerzas policiales; un espejo de la criminalización de la protesta en la España de los últimos años (basta recordar las denuncias de la IU por el aumento de la represión a la protesta social durante el gobierno del PP); De la Iglesia más allá de filmar su comedia más pura en relación a sus últimos trabajos (sobre todo si pensamos en las amargas La Chispa de la Vida, Balada Triste de Trompeta o los Crímenes de Oxford) no le resta protagonismo al peso político de su propuesta; lo descerebrado de la fiesta impostada de la TV indefectiblemente va de la mano con la opresión.
En los extraordinarios primeros 40 minutos de Muertos de Risa ya habíamos asistido a la anfetamina visual que acá se intenta, claro que en aquella el torbellino narrativo contaba el ascenso de casi toda una vida, mientras que en Mi Gran Noche la libertad de Nino y Bruno muta a la noche profunda de una jaula filmada donde las bestias empiezan a impacientarse. La bestia mayor es Alphonso, un Raphael tremendo a lo Darth Vader o cualquier otro villano ridículamente genial del cine de género, que tiene de némesis a un cantante pop tan imbécil como garchador; además de la rivalidad que mantiene con su hijo, representado por Carlos Areces y su extraordinaria mueca genética de sufrimiento. Otro de los protagonistas principales del extenso elenco que se nos presenta es el “tío común” José (Pepón Nieto), que llega al festejo de nochevieja una semana y media después de su inicio y que deberá lidiar con sus consecuencias decadentes.
De la Iglesia es un cachondo que suele trabajar con minas canónicamente lindas (y se casó con una: la guapa Carolina Bang, también presente en esta sátira), así como suele introducir pequeñas escenitas que recuerdan la larga tradición de España con el sexploitation (aunque a veces las más picantes eran para exportación y en casa se quedaban con las versiones censuradas); en Mi Gran Noche no faltan los minones ni la sexualidad, las guapas son parte del ballet de enajenados adictos a la fama donde no se salva casi nadie; tal vez el menos afectado por el pesimismo y el odio del director sea el tío común José, que llega al circo medio de casualidad, como nosotros.