LA BURLA INCANSABLE
La matriz creativa del cine de De la Iglesia radica en el exceso. La gramática compositiva insiste una y otra vez en gags que –lejos de una sucesión gradual- conforman una totalidad desbordada. De allí la cadencia vertiginosa que impide detenerse demasiado en un chiste, funcional para la eficacia argumental que resulta de su acumulación.
En tal sentido, ese ritmo desenfrenado sitúa la apuesta cómica preferentemente en la broma ridiculizante, antes bien que en el ejercicio paródico. Privilegio que hace a la ganancia del cine por la erosión de la solemnidad crítica sobre la sociedad del espectáculo que sugiere el film. Proposición –felizmente- mantenida a raya, a fin de evitar el despropósito de que el tema transcienda a la propia puesta en escena. La introducción continua de plots cómicos que hace avanzar a las dos historias contiguas de stars y extras reunidos para grabar un programa televisivo, uniforma un tono gracioso de sketch que repele el posicionamiento moralizante de De la Iglesia sobre la industria mass-mediática. De hecho, la protesta de trabajadores de la televisión es presentada como amenaza de fin de la ficción delirante que se propone, inmediata a la salida a la realidad que supone el abandono del artificioso set televisivo que comparte fronteras con el propio relato cinematográfico.
Cuando todo es tan absurdo (dice uno de los personajes) ya nada importa demasiado y, allí, es factible leer el eje compositivo de De la Iglesia. Axioma internalizado magistralmente por Raphael con la actuación travestida de sí mismo en el personaje de Alphonso, no tanto por las actitudes excéntricas de divismo, sino debido a la mostración orgullosa de la performance kitsch que subrepticiamente ha cohabitado la puesta escena de los recitales del cantante español. Filiación consumada entre la gestualidad banal con el histrionismo desembozado que provoca la recursividad de gags estructurante enlas comedias de De la Iglesia. Posiblemente, relación adelantada en la cita oblicua de Balada triste de trompeta (2010), donde se reproducen fragmentos de Sin adiós (1970, también protagonizada por Raphael), a propósito de la ambientación en los estertores de la dictadura franquista, revisados socarronamente en ese film de De la Iglesia.Vínculo funcional entre la política dictatorial de censura con la música pasatista de Raphael que se sugería en Balada…, en Mi gran noche se vuelve explícita en la actuación de Alphonso acompañada con filmaciones de Franco reproducidas en las pantallas que sirven de escenografía al set televisivo, rematada por la interpretación –nada casual– de la canción Escándalo. Pese a ello, la escena no sostiene un señalamiento sancionatorio, puesto que la simultaneidad de enredos hace una summa de fiesta desbocada que esquiva la consumación de una risa amarga.
Si bien el cine de De la Iglesia amalgama asuntos en un producto final hilarante, sus films recientes evidencian un particular interés por referir a los ídolos que entroniza la sociedad de consumo contemporánea. De ahí la posibilidad de reunir –en un eventual tríptico- a Mi gran noche por su burla a la TV junto a La chispa de la vida (2011) con su mostración de las deslealtades entre publicistas que, finalmente, encuentra sus víctimas en los cultores de la imagen que protagonizan El crimen ferpecto (2004). Films que desembozan en la escena hiperbólica montada por De la Iglesia, la propia estructura ficticia de estos dioses artificiales que reinan en la sociedad moderna. Quizás, ese gusto por el absurdo llegue a sobresaturar algunas escenas malogradas de Mi gran noche (pensamos en la lascivia juvenil del ídolo Adanne), junto a la sobredimensión kitsch de Alphonso que, si bien erige un personaje memorable, sustrae relevancia a los restantes protagonistas, haciendo tambalear el esquema de comedia coral.
De todos modos, De la Iglesia sostiene un relato coherente y atractivo que consigue desmitificar el mundo televisivo mediante los seres descomunalmente frívolos y vanidosos que lo habitan.