Invitación a un festín satírico, exacerbado y grotesco a partir del mundo televisivo
No sería desacertado pensar este nuevo opus del responsable de joyitas como “El día de la bestia” (1995) como un corolario del universo de sus personajes. Incluso si desde el color, la música, los objetos, el vestuario y el maquillaje uno pareciese estar inmerso en una suerte de excepción dentro de la filmografía. Podría decirse que “Mi gran noche” es a la filmografía de Alex de la Iglesia lo que “Los amantes pasajeros” (2013) a la de Pedro Almodóvar: Se dice mucho más de lo que se escucha, y se muestra mucho más de lo que se ve.
El argumento sigue las desventuras de varios personajes inmersos (por casualidad algunos, por ambición otros), en el mundo de la televisión en general y del show en particular. Comparativamente, esto sería como asistir a los avatares de la grabación de Showmatch con grandes invitados y kilombos de todos los colores y calibres dentro y fuera del estudio.
El “afuera” de ésta historia se enmarca en una violenta protesta de trabajadores de un canal que hacen un piquete reclamando salarios, puestos de trabajo perdidos por recorte, y otras desavenencias sociales, con una policía dispuesta a todo. Un caos latente y permanente que cobija y va in crescendo. El “adentro” es un canal de televisión claramente preocupado por el rating y por la transmisión a como de lugar. Este universo televisivo, en donde todo se hace para y por los réditos económicos que da una transmisión de estas características, funciona como una maquinaria inescrupulosa alimentada por el ego, la vanidad, la soberbia, y otros pecados capitales. Dicho de otra manera, la televisión es el gran villano de esta historia en la cual no hay héroes per sé y está habitada por un montón de gente que no puede evitar desnudar sus miserias, y acaso hasta en el escalafón más bajo de todos hay rotos para descosidos.
Desde el arranque, con un número musical a todo trapo, vamos conociendo la fauna (es una buena forma de definir a los personajes) reinante aquí. Una directora de cámara que hace las veces de switch master de la transmisión, un coordinador de escena que trata a los extras como animales en un circo, una dupla de conductores que son pareja en la vida real, pero están dispuestos a pisotearse mutuamente, un extra llamado de urgencia tras un accidente con una grúa, el cantante de moda, su representante (el típico chanta argentino). el cantante de antaño que se niega a legar el trono de estrella máxima, su asistente (además de ser su hijo), y otros interesados en triunfar a costa de que al resto le vaya muy mal.
Estamos casi literalmente frente a la demostración de que el hombre es el lobo del hombre, un verdadero festín diabólico en el cual el director pone toda la artillería pesada que le da un guión que no deja títere con cabeza (llámese la crítica), involucrando a todos y cada uno de los que componen la existencia de la televisión como fenómeno social y medio de comunicación, incluidos los espectadores (nosotros) que pese a contemplar el menjunje de humor ácido, negro, corrosivo e implacable, pedimos más.
En “Mi gran noche” (título alusivo a un tema de Raphael) hay una muestra notable de destreza cinematográfica para abarcar, con un montaje vertiginoso y preciso, todas las tramas argumentales que se abren y tienen la misma importancia. Se podría buscar una de ellas como eje central, pero es muy probable que esto esté sujeto a discusión porque el director no precisa de una en particular, más bien recurre a que todas corran por andariveles de distinto ancho, pero que en definitiva pertenecen a la misma pileta y confluyen en un mismo aquí y ahora, sustentado en que todo transcurre durante una noche en la cual todo se da para que termine muy mal, o muy bien, según como se lo mire.
Habrá lugar hasta para un homenaje velado a Star Wars (la escena en la que aparece por primera vez Alphonso (Raphael, ya homenajeado antes por el realizador en la estupenda “Balada triste de trompeta”, de 2013), y a otras películas de corte caótico.
Por supuesto que esta realización no sería posible sin la comprometida colaboración de un elenco elegido milimétricamente. Como si fuera una gran orquesta en donde absolutamente todos (extras que hacen de extras incluidos) entienden e interpretan el código humorístico a un nivel casi perfecto.
“Mi gran noche” es sin dudas la invitación a un festín satírico, exacerbado y grotesco. Tal vez, junto con “The Truman Show” (Peter Weir, 1997), pero en un registro distinto, sea la más hilarante crítica a los medios de comunicación en mucho tiempo.