Cuando Álex de la Iglesia se deja llevar por las ganas de divertirse, es mucho mejor que cuando se reprime o intenta usar sus pelícuas para “decir algo”. Heredero perfecto y contemporáneo de Luis García Berlanga y del esperpento de Valle Inclán -que es la gran raíz del humor “a lo bestia” español, incluyendo a Gila-, narra aquí la grabación (varios meses antes y con mucho calor) de un especial de Fin de Año de la televisión española -y seguro que conoce tal clase de horror. La excusa para que aparezca un desempleado que, por puro azar, termina sentado a una de las mesas, para que las estrellas del espectáculo se odien mutuamente -brilla absolutamente el gigantesco Raphael- y para que don Álex pase a cuchillo y ojo (combinación hispana si las hay) una sociedad completa. Algo más: no se trata de puro cinismo, de ironía, de ponerse “por encima” de los personajes. El realizador también muestra cariño y goce por esos esperpentos festivaleros, los retrata como una parte de sí mismo y con una sonrisa casi nostálgica.