La fiesta del absurdo
Mi gran noche, la nueva comedia de Álex De la Iglesia, es una comedia caótica que encuentra en ese desorden su gracia, ritmo y “timing”.
Ciertas películas de Álex de la Iglesia presentan un inconveniente: confían en su guion. Tal es el caso de la aburridísima Las Brujas de Zugarramurdi (2013), la indefendible Los crímenes de Oxford (2008) y hasta de su película visualmente más inspirada y poéticamente densa: Balada triste de trompeta (2010).
De la Iglesia es un director situacional, que goza acumulando gags, que se alivia entregándose a un absurdo radical. Para ello no hace falta darle continuidad lógica a las escenas, ni rendirle culto al guion de tres actos. Simplemente se necesita intuir la gracia, seguir el ritmo y alucinar con timing. Éste es el caso de Mi gran noche, una comedia sin tope que inaugura desde el minuto cero el vale todo.
Su argumento es apenas una premisa: durante semanas un grupo de técnicos, extras, cantantes y animadores graban en un estudio un especial de año nuevo y no se pueden ir. Todos vestidos de gala, sonrientes, glamorosos, fingiendo pasarla genial.
El guiño a El Ángel Exterminador (1962), de Luis Buñuel, es claro pero sutil, o al menos exento de denuncia, porque las intenciones de Álex de la Iglesia se desintegran en su diversión; el fin es la risa pura, una risa filosófica que subvierte todos los sentidos.
Mi gran noche es comedia burbujeante. Su fuerza radica en la multitud de detalles; barroquismo de la puesta en escena que nos mantiene entretenidos: cada personaje hará algo ridículo en cada encuadre sin justificarse, porque sí, por la alegría del capricho.
El filme carece de orden y previsibilidad; es como un carrusel que va girando cada vez más rápido, eyectando caballitos. No hay un protagonista que acapare la atención, se trata más bien de una maraña de personajes que, de rozarse, lo hacen accidentalmente, para habilitar alguna situación desquiciada.
Estas características convierten a Mi gran noche en un producto deforme pero por sobre todas las cosas libre, de imaginación insaciable, tan poderoso que la presencia autorreferencial de Raphael pasa a segundo plano, como un simpático accesorio entre miles.
Álex de la Iglesia retoma la rabia anarquista de Acción Mutante (1993), Muertos de Risa (1999) o La comunidad (2000). Los elementos están dispuestos para lograr climas desconcertantes y le pierden respeto a la historia. Las sobreactuaciones no hacen ruido, menos el montaje vertiginoso y desprolijo. Mi gran noche avanza sin meditar y acaba siendo un carnaval. Cuando todo termina, uno de los personajes dice: “Es como cuando sales de una disco y te pega el sol”. Así se sentirán los espectadores.