¡Quiero cantar!
Es imposible estar viendo esta película y no acordarse de Billy Elliot, aquella historia del niño que quería dedicarse a la danza pero a quien su padre se empeñaba en apuntarle a clases de boxeo. Si partimos de esa premisa, y sustituimos la danza por el canto de ópera y el boxeo por la siderurgia ya tenemos la trama calcada de una propuesta muy poco original y convincente, aunque en este caso la historia esté basada en un hecho real. Paul Potts era un tímido vendedor que un buen día decidió acudir al casting de un popular programa de televisión, donde emocionó al jurado y a miles de personas que lo vieron por Tv e Internet con sus gorgoritos interpretando un fragmento del Turandot de Giacomo Puccini.
El desarrollo argumental se centra en los pocos éxitos y muchos fracasos que tuvo el futurible divo antes de que le llegara ese momento de eclosión mediática. Con una infancia muy dura, donde la incomprensión por parte de su familia y compañeros de instituto se hacía insostenible, Potts consiguió una beca para ir a estudiar canto en Venecia, aunque una fallida prueba delante del mismísimo Luciano Pavarotti le hizo desistir en su empeño. Años después, y ayudado por su madre y su novia, volvería a intentarlo con resultados un poco más alentadores.
La propuesta es descaradamente formulista, aunque no exenta de algunos momentos interesantes que suceden sobretodo en la primera parte de la acción. La pena es que mientras lo normal es que el interés fuera a mayores lo que se nos intenta explicar se va deshinchando de manera progresiva, con una serie de situaciones poco creíbles y demasiado almibaradas que acaban por dañar el conjunto.
La trama avanza a trompicones, y la carga social que se podía entrever al principio se disipa para dar paso a un culebrón en toda regla con final feliz. Lo único remarcable a destacar es el correcto trabajo de todo el elenco actoral, comenzando por el protagonista, interpretado por el cómico británico James Corden (visto en Haciendo historia y Un chico listo), y secundado por los siempre competentes pero un poco deslucidos en esta ocasión Colm Meaney (ya pasaron aquellos tiempos en los que nos ofreció verdaderas joyas dirigidas por Stephen Frears como La Camioneta) y una algo envejecida Julie Walters (Mamma Mia!, Harry Potter). El resto, algunas canciones populares anglosajonas de las de toda la vida mezcladas con arias operísticas igual de conocidas y un guión que no admite segundas lecturas debido a su impostada superficialidad. Voces poderosas y buenos sentimientos para un film que se olvida en cuanto uno sale del cine.