Una cámara móvil filma sin criterio aparente escenas cotidianas de una familia, los vaivenes de una casa. En medio del discurrir de los planos se destaca una voz femenina en off: “El cine es un amor, es el amor de mi vida… pero un día descubrís que ese amor te enferma”. Esta afirmación, que no es la de Frank Capra (“El cine es una enfermedad que solo se cura con más cine”), es de quien nos habla fuera de campo, quien filma este documental auto paródico y artesanal, la realizadora argentina María Victoria Menis, que dirigió cinco largometrajes entre ellos alguno muy reconocido como El cielito (2004).
Su frase sobre “amor–cine-enfermedad”, es antinómica a la de Capra, pues encierra una ironía que es un poco el espíritu de todo el documental, ya que cuando compara cine y enfermedad, no habla de esa dolencia llamada pasión que te consume hasta la médula y solo puede ser sosegada con más droga, o sea con más cine. Acá Menis habla de enfermarnos literalmente cada vez que filmamos: “Me agarré hepatitis, apendicitis, tengo una contractura incurable y unos cuantos achaques que ya ni sumo a la lista”. Menos romántico, más humorístico, más cotidiano, no podemos negar que es menos épica su mirada, pero bastante realista.
El plot de este documental es en síntesis la pregunta que se hace la realizadora sobre su futuro profesional y /o vocacional: ¿No será hora de dejar el cine? Es el relato de una directora de mediana edad y que luego de haber sufrido los avatares de lo que es hacer varios filmes (en especial en Argentina), tiene una suerte de crisis existencial, y se plantea dejar el cine para siempre para de dedicarse a otra tarea (solo Dios sabe a qué).
A partir de preguntarse sobre su futuro, sobre su pasado en este arte-oficio, sobre sus chances de ser otra que no sea “la cineasta de la familia”, involucra en el rodaje a todos los miembros cercanos de su núcleo familiar: hijos, padres, pareja, abuelos –estos son clave en el relato- amigas, conocidos, hasta un puestero de San Telmo y muchos otros más.
Ese juego de preguntar sobre “qué hacer si no hace cine”, “si dejar el cine o no”, y otras tantas cuestiones que surgen en el camino, hacen de la narración una catarsis lúdica y una terapia en clave fílmica que genera algo ameno en este autorretrato de una cineasta en permanente estado de duda.
“Viví 30 años en la inestabilidad, ahora seguro sería mejor tener un trabajo estable, no sé ponerme una librería”, se escuchan risas del grupo familiar que come a la mesa, y alguien contesta: “Viviste manejando día tras día un grupo de 50 personas” y “¿te vas a poder acostumbrar a otra forma de vida?” La pregunta queda sin responder, y el juego es que las opiniones son tan diversas como los personajes y las respuestas nunca parecen satisfacer la inquietud existencial de la cineasta.
Hay un momento muy lindo donde Menis va a la librería de su amiga, donde parece ser que será socia del lugar, y la filma mientras ella le habla y le cuenta las tareas diarias de ese métier. La cámara se desvía y queda detenida en un libro de cine, un bello libro sobre Leonardo Favio, y aunque la cámara continúa el paneo hacia los avatares de su amiga la música del filme El romance del Aniceto y la Francisca… resuena en todo el lugar. Y si, la verdad es que el que ama el cine, en todos lados ve cine. Lo huele, lo escucha y eso se impone por sobre toda realidad posible.
Este juego amoroso lo reitera en algunos casos con la música o sonidos de un filme sobre otras imágenes, en otros con inserciones de imágenes únicas: Alicia en el país de las maravillas, primera versión de Disney; 2001 odisea del espacio, de Kubrick ; El viaje a la luna, de George Melies; 8 ½, de Fellini; y sin duda alguna un momento especial, cuando en la proyección del final de Los 400 golpes, de repente la sombra de la mano de una mujer que toca esa imagen intangible en la pantalla, me evoca a la escena en el que un niño toca la imagen fantasmática de Liv Ullman en el filme Persona, de Bergman.
Claro es su romance con el cine y refrescante el humor de esa pregunta cliché de la mitad de tu vida. Todo calza perfecto con su propia historia/histeria que son el centro de la cuestión ironizada.Y la perlita es la reflexión de su médica oriental, cuando para resolver su conflicto le da una clave única y reveladora: “Pensar sobre la muralla china”. Todavía me estoy riendo…
Por Victoria Leven
@victorialeven