La ópera prima de Martín Musarra, "Mi mamá Lora", resulta un hallazgo al presentar un elemento completamente fantástico dentro de un ambiente habitual y salir más que airoso del desafío. La familia de Juana (Valentina Marcone) es una familia como cualquier otra, con sus costumbres, rutinas, y valores; salvo por un pequeño detalle, que ella, casi accidentalmente, está por descubrir.
Argentina tiene una más que interesante herencia en lo que a cine infantil se refiere. A diferencia de otros géneros, (casi) siempre se diferenció por trasladar a la pantalla raíces propias, marcar la diferencia con lo que puede ser un mercado global, llevando una narrativa con el peso de nuestra idiosincrasia.
"Mi mamá lora" cuenta una historia fantástica, pero el modo y el ámbito en el que lo hace es ineludiblemente local. Conocemos a Juana, que acaba de cumplir once años y su familia sabe que tiene que revelarle un secreto oculto. Pero temen hacerlo por las graves consecuencias que puede acarrear, por lo que siguen ocultándolo.
Esa decisión de mantener el secreto culminará cuando Juana descubra una lora, y resulte que esa lora no es más ni menos que su madre Ana (Natalia Señorales) transformada en el ave. Desde ese momento, un mundo nuevo se abre frente a la niña que comprenderá que su familia viene de un legado ancestral que le permite a sus miembros convertirse en animales.
Pero eso no es todo, Juana contará con tres días para ayudar a su madre a volver a su forma humana, y para colmo hay un grupo de villanos que quieren impedir ese cometido.
Si así leído puede sonar disparatado, el gran logro del film de Musarra es la naturalidad con la que asume su veta fantástica. En medio de la vida normal de una nena de once años, con todo lo que eso implica, sucede este hecho extraordinario, que sí, altera el eje, pero no varía su forma de ser y relacionarse con el entorno. "Mi mamá Lora" nunca olvida que su protagonista tiene once años, y que a esa edad, lo que nos rodea se ve desde una óptica diferente. No lleva la acción a un plano adulto, ni maneja una idealización que impediría la identificación.
El término a utilizar quizás sea el del realismo mágico. También posee la virtud de abordar el género sin subestimarlo, si bien se trata de una comedia, y la atraviesa una fábula con moraleja(s) incluida, no trata al público al que se dirige como si fuesen seres con capacidades de comprensión diferentes o menores.
El desarrollo va a atrapar a los niños, pero también a los adultos que acompañen, o por qué no, se decidan a ir solos. Tanto en el guion de las también debutantes Paula Mastellone y Diana Russo, como en la dirección de Musarra, el ritmo no decae, siempre hay algo que despierta nuestra interés, y aunque el clima derive en lo paródico propio del género infantil, nunca parece ser abordado a la ligera.
Con apenas ochenta minutos de duración, no obstante, hay el tiempo necesario para la presentación de escena y desarrollo de personajes, todos con motivaciones entendibles.
Cuando el film se plague de animales, la incorporación habrá sido tan lógica que creeremos su verosímil.
Sin manejar un gran presupuesto, la fotografía de Cristian Ferreira Da Cámara aprovechando los escenarios naturales del litoral, sumada a la suave música de Yair Hilal, crearán el clima adecuado para que este film transmita belleza pacífica.
La incorporación de animación similar a la de los libros de cuentos clásicos, también calza a la perfección y se amalgama con soltura a la acción real.
Todo es simpatía alrededor, con buenos mensajes de compañerismo y familiaridad, y una transición que no traiciona al género. Acogedora, Mi mamá lora es una gran sorpresa de cartelera, Musarra da comienzo a su filmografía con un film diferente a la vez que tradicional, autóctono y enternecedor. Una propuesta para todas las edades de la que nadie saldrá descontento.