Mirarse en el espejo. Enfrentar los problemas o huir de ellos. Conocerse y reconocerse. Tener la capacidad y la personalidad necesaria para poder cambiar. Obedecer o rebelarse. Estas y otras cuestiones alcanzan a la trama de la película, porque los personajes principales no son del todo íntegros. De alguna manera, diferente en cada caso, les falta algo o le sobran problemas.
Como en el caso de Caíto (Lautaro Rodríguez), un adolescente que se va de su casa en Buenos Aires a instalarse por un tiempo en la del amigo de su padre, ubicada en Los Antiguos, un pueblo de Santa Cruz. Su llegada altera la armonía familiar, pero como Andrés (Guillermo Pfening) está enterado del conflicto personal que lo aqueja no pone reparos en recibirlo. Él vive con su esposa Camila (Moro Anghileri) y sus hijos, Lorenzo (Angelo Mutti Spinetta) y Luky (Benicio Mutti Spinetta), en una modesta pero acogedora casa.
Martín Deus con su ópera prima narra la historia de mundos contrapuestos, circunscriptos a dos núcleos familiares disímiles. Uno, el que vemos, tiene una estructura sólida, los padres son trabajadores de clase media, se quieren, los hijos van al colegio, viven una realidad muy convencional. Y el otro, el director lo coloca en un fuera de campo donde su representante es Caíto, que viene de una familia ensamblada, disfuncional, con discusiones y violencia cotidiana.
Aunque el realizador no mantendrá este esquema tan rígido porque, de a poco, va a ir develando secretos que atraviesan a las dos familias, dándole un firme sustento a las acciones de cada una de las partes.
Lorenzo se preocupará en que Caíto se habitúe a su nueva vida, lo tomará como un desafío, pese a que los caracteres son disímiles. Uno es sensible, estudioso en el colegio y con la guitarra, responsable, y el que viene de visita es todo lo contrario, tiene un bagaje atrás, notorio, de experiencia, dureza, etc., aunque sólo le lleve un año de edad. Pero, de todos modos hay una conexión y empatía entre los dos.
El relato se basa fundamentalmente en la relación que adquieren ellos, con el protagonismo de Lorenzo, que carga con la responsabilidad de encauzar al otro muchacho.
Durante los primeros minutos el ritmo es un tanto desparejo, pues el director no logra encontrar el tono justo para contar la historia. Pero luego los engranajes se van acomodando y todo va fluyendo perfectamente, encontrando la calidez necesaria en estos casos. Angelo Mutti Spinetta se va suelto y adquiriendo confianza en sí mismo, su personaje toma solidez y los diálogos van siendo cada vez más profundos e intensos, porque, luego de la llegada de Caíto nada va a volver a ser igual para Lorenzo.