¿Qué diferencia hay entre el amor de un amigo y el de un amante? Muchos dirían que el sexo, pero Mi mejor amigo (2018) intenta ir más allá acentuando las ambigüedades entre ambas relaciones.
Lorenzo (Ángelo Mutti Spinetta) es un adolescente tranquilo que vive con sus padres y su hermano menor en un pequeño pueblo de la Patagonia. Un día los visita para quedarse Caíto (Lautaro Rodríguez), el hijo de un amigo del padre. Habrá secretos a revelarse, pero también un vínculo especial entre ambos jóvenes.
Hay algunos factores funcionando en contra de Mi mejor amigo, que participó en la Competencia Latinoamericana del reciente Festival de San Sebastián. Los personajes de reparto son una piedra de tranca importante en esta situación. No se trata de las actuaciones de Guillermo Pfening, Mariana Anghileri y Benicio Mutti Spinetta. De hecho, ellos le brindan cierta calidez y contrapunto a la historia como los padres y hermano del protagonista, respectivamente. Pero pareciera que el pasado de la pareja matrimonial, referido en varios momentos de la trama, no tiene suficiente peso para que las escenas fluyan o siquiera generen interés. En una escena la madre alude a su sacrificio en en el momento de mudarse al pueblo, y si bien percibimos en ella las ganas de referirse a la inutilidad de su marido, Anghileri sólo lo sugiere con una mirada.
Otro de los elementos en contra es la actuación del protagonista. La intención de muchas líneas dichas por Ángelo Mutti está demasiado marcada como para dejar espacio a las sutilezas apuntadas por el guión. Y se entiende perfectamente que “Lolo”, como llaman a Lorenzo, es el típico personaje geek que peca de sabelotodo, pero hay algo impostado o inconvincente en su manera de decir gran parte de los diálogos. En contraste, las escenas más calladas las aborda con miradas llenas de ternura y preocupación.
Es ahí donde funciona mejor la película: en sus silencios. Quienes estén buscando aquí un despertar (homo)sexual, se van a ver defraudados. Se trata más bien de un repaso a esta amistad llena de confesiones y leve cercanía física, como si una relación consistiera sobre todo en conocer a alguien a través de sus distintos ámbitos. La franqueza entre Lorenzo y Caíto es entrañable y es lo que finalmente pone en movimiento la dinámica: conocer al otro, no desde los prejuicios de los padres sino desde la capacidad propia de compasión por alguien que no ha tenido una vida fácil. Y esta apertura consiste, en principio, en la intimidad en la decisión de Lorenzo por compartir su cuarto para que Caíto pase sus noches de insomnio.
Hay dos factores apoyando el fluir de la historia en contraste con la tibieza del film: los paisajes, hermosos aunque por momentos hostiles, donde ambos amigos entran en conflicto; y la música de Mariano Barrella con las canciones de Bersuit Vergarabat.
Finalmente, la conversación entre madre e hijo sobre el “sentimiento especial” hacia el nuevo integrante de la casa es tal vez la mejor escena del film. En la ambigüedad de las respuestas por parte de Lorenzo y en la evasión de su actitud se encuentran los atisbos de lo que podría haber sido el relato: un giro de perspectiva que se nos brinda cuando logramos un vínculo valioso con otra persona.