El amor tiene cara de zombie
Tras el boom que experimentó durante las décadas de los setenta y ochenta, el subgénero del terror zombie resurgió con fuerza a principios de este siglo. Exitos mundiales como Exterminio y la saga Resident evil han conseguido que los zombies salgan de la clase B para formar parte del Hollywood más mainstream. Si a ello le sumamos que este subgénero siempre renace en tiempos de crisis (políticas, económicas, sanitarias, la que sea), las cuales ahora son globales, y que hay una tendencia a tomarlas como inevitables y permanentes, tenemos el cóctel perfecto para que de aquí en más haya una gran cantidad de films con muertos vivos que caminan lentamente. Podríamos decir que los zombies son un vehículo para mostrar y analizar cuestiones sociales y políticas y un ejemplo palmario de ello es la saga de George Romero: en películas como La noche de los muertos vivientes y El diario de los muertos por ejemplo, se ven fuertes críticas a la guerra de Vietnam, la voracidad del capitalismo y la manipulación informativa, es decir, el lado oscuro del american way of life.
En el caso de Mi novio es un zombie, hubiera sido sencillo dejarse llevar por el prejuicio y tomar esta película como otro intento de capitalizar el fenómeno reciente que supuso la adaptación de novelas juveniles como Crepúsculo o Los juegos del hambre. Sin embargo, el hecho de que Jonathan Levine, director de 50/50, estuviera a cargo del proyecto despertaba ciertas esperanzas, las que afortunadamente no fueron defraudadas.
Después de que un episodio apocalíptico (no se aclara cuál) extinguiera casi toda la vida sobre la Tierra, vemos a R (Nicholas Hoult), un zombie que deambula junto a seres como él por un aeropuerto en ruinas. Gracias a divertidos y existenciales monólogos interiores a lo Allen, notamos que R mantiene su esencia humana y que es diferente de los demás muertos vivos, quienes sólo piensan en localizar a los pocos humanos que sobrevivieron al apocalipsis para poder devorarlos. En uno de estos combates de zombies contra humanos, R le salva la vida a Julie (Teresa Palmer), surgiendo entre ambos una gran atracción que poco a poco se irá convirtiendo en un extraño romance. Claro que no todo será tan fácil: por un lado, él deberá proteger a su chica del resto de los zombies y por el otro, ella deberá convencer a Grigio, su padre (John Malkovich), de que su novio no es como los demás muertos vivos hambrientos de carne humana.
A partir de aquí, veremos un balance justo de acción, horror y comedia en una película deudora tanto de films como La bella y la bestia y Antz como del clásico universal Romeo y Julieta, con escena de balcón incluida, todo sazonado con una muy buena banda de sonido que incluye canciones de Bob Dylan, Bruce Springsteen y Guns N’ Roses.
Lo único objetable es el final tan luminoso, no apto para espíritus cínicos que, además de empalagar un poco, contrasta demasiado con el clima oscuro y la lúgubre iluminación que nos venía mostrando Levine, aunque no empaña este entretenido film que sube la vara en lo que a películas juveniles se refiere y que puede ser disfrutado tanto por adolescentes como por adultos que puedan reírse con una comedia cuyo protagonista zombie piensa cosas como: “Estoy muy pálido. Debería comer mejor y salir más. Además, tengo que caminar más erguido. Las personas con buena postura son más respetadas por la gente”, en un gran homenaje al monólogo inicial de El ladrón de orquídeas.