Es tarea para el sociólogo inteligente (no es algo que abunde hoy) explicar por qué hay tanta obra protagonizada por zombies. No haremos aquí el catálogo: el lector puede golpear una baldosa y verá salir desde debajo miríadas de muertos vivos. Mi novio es un zombie se hace cargo de esta sobreabundancia de fanáticos del bocadillo de seso y plantea una comedia romántica donde ella le enseña a él a recuperar el calor del cuerpo y el alma. Pero cuidado: el realizador Johnathan Levine se da cuenta de que el punto de partida es adecuadamente cursi y juega también con eso al punto de hacerlo estallar con humor y los lugares comunes del cine de zombies. El resultado es gracioso, con aciertos -especialmente en el rubro actoral- y apuntes inteligentes. El problema es que el film gira máws alrededor de una ide que de una verdadera historia, y aunque eso puede dar resultados interesantes y hasta excelentes, aquí se requiere un mayor equilibrio entre ambas cosas: lo previsible y la risa sobre lo previsible se agotan rápidamente.