En principio, la combinación de géneros que propone Mi novio es un zombie suena extraña. La mezcla de los elementos de la comedia romántica con el cine de terror más gore podía resultar en un pastiche absurdo. Y, sin embargo, gracias al trabajo de adaptación y dirección de Jonathan Levine ( 50/50 ), el film contradice los prejuicios que su peculiar fórmula podía provocar.
Basada en una novela entretenida que tiene como protagonista y narrador principal a un zombi llamado R, la película privilegia la historia de amor que el libro cuenta siempre desde el punto de vista del muerto vivo. Y lo hace con una importante dosis de humor, referencias a la cultura popular y una banda de sonido que acompaña y aligera el relato cuando lo necesita. Es que, después de todo, por más sentido del humor que tenga, lo cierto es que R apenas habla, su mundo interior es rico pero más cínico que otra cosa y cada tanto se siente hambriento y sale a comer personas. En una de esas incursiones, el zombi se cruzará con Julie, la hija del general que comanda la resistencia de los humanos en una ciudadela militariza y siempre lista para eliminar a los zombis que se acerquen por allí.
Insinuando algún punto de contacto con Romeo y Julieta, aunque sin insistir en la analogía con los jóvenes amantes de Verona, el encuentro entre los protagonistas será de todo menos romántico. Ella intentará defender su vida y la de su novio mientras él saciará su hambre con el cerebro del muchacho en cuestión. Una primera impresión poco auspiciosa que irá cambiando a medida que el muerto vivo y la chica a la que no quiere comer si no proteger empiecen a conocerse.
Si todo suena un poco raro es porque lo es, y sin embargo las piezas encajan perfectamente para hacer de esta mezcolanza una película tan tierna como divertida. Para lograrlo ayudan mucho las interpretaciones de Nicholas Hoult como el balbuceante R y de Teresa Palmer, encargada de ser la damisela en apuros pero nada indefensa que consigue enamorar al zombi.
La torpe seducción de él y las desconcertadas reacciones de ella son manejadas con muy buena mano por un director que sabe lo que hace y que no tiene pruritos en demostrarlo. Un narrador joven que utiliza todos los recursos a su alcance -el uso de la canción "Pretty Woman" es ingenioso y le rinde homenaje a la comedia romántica-, para contar una sencilla, extraña y dulce historia de amor y, sí, también de horror.