Extraña pareja
La primera película en solitario de Gastón Duprat vuelve a burlarse del mundo del arte con acidez, pero esta vez también tiene lugar para la ternura.
El mundo del arte, con sus rituales a veces ridículos pero también fascinantes, es algo que la dupla que conforman Mariano Cohn y Gastón Duprat han retratado como nadie. A los de ellos hay que sumarles el nombre de Andrés Duprat, hermano de Gastón, actual director del Museo Nacional de Bellas Artes y habitual guionista de sus películas.
Sobre todo en El artista pero también en El hombre de al lado (la arquitectura como una más de las artes plásticas) y un poco más oblicuamente en El ciudadano ilustre (recordemos el delirante concurso de pintura del que Oscar Martínez tiene que ser jurado), la visión sarcástica y algunos dirían cínica de sus personajes suele estar en relación a la visión que transmiten del mundo del arte.
Acá los protagonistas son Renzo (Luis Brandoni), un pintor viejo, cascarrabias y borracho, que tuvo su momento de plenitud en los años 80 pero ahora está en decadencia no solo por su temperamento volátil sino también porque su estilo más figurativo quedó demodé ante un arte moderno que, obviamente, él desprecia.
Arturo (Guillermo Francella) es un galerista que acompañó y se vio beneficiado también con el éxito pasado de Renzo, de quien además y sobre todo es íntimo amigo de la juventud. A diferencia de Renzo, Arturo se aggiornó y aunque sigue incorporando obras de su amigo a su galería, lo hace más por cariño que por otra cosa, porque su negocio pasa por la venta de obras más modernas, esas mismas que Renzo aborrece.
El alma de la película es la dinámica entre estos dos personajes, un poco como los de Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz en El hombre de al lado y los de Oscar Martínez y Dady Brieva (o, quizás, Martínez y todo el pueblo) en El ciudadano ilustre, aunque acá la extraña pareja no es tan opuesta y la relación es más sutil: con dos o tres diálogos nos damos cuenta de que Arturo en el fondo sigue admirando a Renzo y que Renzo, detrás de esa coraza, sabe que tiene que estar muy agradecido con Arturo.
Quizás ese sea el cambio fundamental en este debut en solitario de Gastón Duprat: hay lugar para la ternura. Aunque tampoco me apresuraría a sacar conclusiones en ese sentido como si estuviéramos destilando de Cohn-Duprat lo que le pertenece a uno solo: Cohn produce esta película (y ya dirigió otra, 4x4, que produjo Duprat) y Andrés Duprat sigue siendo el guionista. Pero sí puede ser un gesto de apertura de ambos, que con el éxito de El ciudadano ilustre comprobaron que se puede complacer al público, como Arturo, sin abandonar del todo su tono y su temática, como Renzo.
Tal vez la película no sea todo lo compacta que eran las anteriores (exceptuando Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo, un claro faux pas), con un primer acto demasiado extenso que se sostiene casi exclusivamente en el oficio de Brandoni y Francella, pero a medida que avanza y se afirma la trama, se transforma en una comedia ácida e inteligente sobre una amistad a prueba del paso del tiempo.