La séptima película de Gastón Duprat, "Mi obra maestra", peca de indefinición, repetición, y falta de tacto para los tiempos que corren. Su postura arrogante puede alejarla del público más popular. Como pocas en la historia de medios en Argentina, la dupla Cohn-Duprat impuso un estilo muy reconocible.
Desde los inicios con aquel Televisión abierta, los tiempos del Cupido de Muchmusic, o la gerencia del Canal de la ciudad. La marca registrada incluía algo de kitsch posmoderno, con arte popular, y un barroco desfasado casi autoparódico, también publicitario. La misma fórmula la supieron llevar al cine con la acertada "El hombre de al lado", y las más variadas "El ciudadano ilustre", "Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo", y "El artista", entre otras.
La novedad es Gastón Duprat asumiendo su primer film sin la dupla con Mariano Cohn. El resultado, no varió demasiado, quizás se profundizó.
"Mi obra maestra" tiene todos los ingredientes que uno esperaría de un film de Duprat, a lo cual le suma una llamativa falta de ideas que atenta poderosamente en el resultado final. Un dato relevante resulta que en el guion se encuentre Andrés Duprat, hermano del director, y asiduo colaborador en todas las películas de este. Andrés es además de arquitecto, el actual director del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires. Por esta razón, "Mi obra maestra" prometía ser un film hecho a consciencia de lo que se habla.
Esta historia de artistas renegados, galeristas, y una estafa que nos prometen en todas las promociones; era el ámbito adecuado, para un guionista y un director, que han hecho del mundo de la artes en nuestro país, un lugar de confort, zona para desplegar su (supuesta) mirada ácida, y línea de rigor estético en todos sus proyectos audiovisuales, tanto en cine, como en TV. Quizás las expectativas fueron demasiadas.
Luís Brandoni es Renzo, un pintor conceptual, con un estilo propio, pero algo anticuado para la vanguardia moderna. Actualmente subsiste sólo gracias a su amigo Arturo (Guillermo Francella) un galerista local, que lo sigue bancando, y soporta todo tipo de desplantes y divismos de artista por el vínculo que los une.
Entre los dos hay mucha camaradería. A Arturo, Renzo le significa el vínculo humano que lo aleja de la impostura de las galerías; y a Renzo, Arturo le significa la única persona que soporta su forma de ser. Pero las cosas se van recrudeciendo.
Renzo arruina un buen negocio en uno de sus arranques a lo Federico Klem (¡qué cosa este año el cine argentino major con el querido Federico!); y cuando Arturo logra conseguirle un arreglo de realizar una obra por contrato para un empresario, nuevamente, Renzo hace de las suyas. Paralelamente, en la vida de Renzo aparece un joven idealista, Álex (Raúl “hay que justificar la coproducción” Arévalo), que quiere estudiar arte con el pintor.
Lo cual servirá a Renzo (y a los responsables de la película) para denigrarlo de todas las formas posibles. Mientras Renzo se va convirtiendo cada vez más en un ermitaño y desaprovecha cualquier ayuda, Arturo tapa sus agujeros llegando al límite de la tolerancia.
Esto es "Mi obra maestra", la historia de una amistad entre dos hombres adultos, atravesada por los delirios de divismo de uno de ellos. ¿Y la estafa de la que tanto nos hablaron? Ahí está el inconveniente de esta producción. Podríamos decir que mucho de lo que se le puede criticar al nuevo film de los Duprat son cuestiones comunes en toda su filmografía y obra televisiva.
La misoginia intrínseca, la falsa misantropía que disfraza – poco – una mirada clasista rancia y llena de prejuicios (con cierto tufillo cercano a la coyuntura actual con guiño positivo), la funcionalidad de los personajes, la artificialidad de los diálogos, lo plástico de la puesta – que la acerca a lo televisivo –, y hasta la desprolijidad en no encontrar un punto estético justo.
Pero hasta ahora, para bien , o para mal, estuviésemos de acuerdo, o no, siempre tenían en claro qué contar. "Mi obra maestra" es un film indeciso. No sabe qué contar. Sabe que quiere poner en el centro de la escena un personaje que exprese todo lo que ellos piensan sobre los artistas, el populismo, y el mundo del negocio del arte (contradictorio a lo que dijeron en "El artista"). Pero nunca sabe en qué contexto hacerlo.
Permanentemente cambia de historia, platea un hecho, lo resuelve, lo descarta, y presenta otro, y así.
De este modo, “la estafa” (un plagio total a un capítulo de la serie de TV "De poeta y de loco", con algo de otro capítulo de "Hombres de ley") se muestra recién casi sobre el final, dura aproximadamente diez minutos, y la resuelve de un modo simple, torpe, apurado, y por lo tanto irreal. Humorísticamente reposa en la idea de un anciano puteador.
Constantemente cree que nos debería parecer gracioso ver a un señor mayor, con delirios de grandeza, denigrando a todo el que se le cruce por delante, y hasta realizando varias bajezas. Un humor que atrasa varias décadas en su peor forma. Plus, la dupla realizadora, suele burlarse abiertamente cuando ese humor es realizado en un marco popular.
Brandoni y Francella actúan con oficio y sacan sus personajes a flote de una no historia general. A Arévalo le resulta imposible corregir un personaje construido desde el guion con todo el asco de clase y la bajada de línea hiriente hacia cualquier ser que mantenga una idea más allá de su bolsillo.
Quien resalta es Andrea Frigerio, de escasa participación, pero sorprendente fuera del registro actual; componiendo con todo el cuerpo y el habla. Destacadísima. Por el resto, abundan los malos encuadres, los primerísimos planos a objetos (algo muy publicitario televisivo, desacertado en el cine), y hasta un desaprovechamiento de los bellísimos escenarios de Jujuy con planos en los que se nota la pantalla verde superpuesta.
Gastón Duprat, sin Mariano Cohn, pero con su hermano Andrés, varía poco y para peor, la tendencia en su cine a prevalecer la bajada de línea clasista por sobre el objeto cinematográfico. Como si fuese un acto de Renzo, "Mi obra maestra" resulta una puesta caprichosa de un par de niños que se consideran rebeldes, y cada vez exponen más a flor de piel el patetismo de sus conceptos.