UNA PINTURITA
El cine nacional sigue sumando grandes estrenos a la cartelera. ¿De quién te reíste Hollywood?
Después de romperla con “El Ciudadano Ilustre” (2016), Gastón Duprat vuelve con otra comedia particular de la mano de “Mi Obra Maestra” (2018), la historia de una amistad inquebrantable, por así decirlo.
Guillermo Francella es Arturo, un galerista que, a simple vista, parece un tipo viajado, culto y un tanto engreído, el cual tiene la difícil tarea de seguir comercializando las obras de Renzo Nervi (Luis Brandoni), artista muy reconocido en la década del ochenta, que no supo adaptarse a la “modernidad” del siglo XXI. Los cuadros y el estilo de Nervi están demodé, y su mal genio no ayuda a las relaciones públicas. Igual, la amistad que mantiene con Arturo sigue siendo su gran salvavidas, aunque los caracteres de ambos choquen constantemente.
Con los años, Renzo se convirtió en un hombre bastante resentido con la sociedad y las representaciones del consumismo. Trabaja a sus tiempos y a su antojo, lo que lo llevó a una situación económica bastante precaria. Cargado de deudas y al borde de la indigencia, Arturo le vuelve a tirar un salvavidas de la mano de un encargo que podría sacarlos a ambos de este pozo.
Como era de esperar, Renzo mete la pata, se accidenta y cae en una profunda depresión. El cariño es mucho más fuerte que el enojo, y Arturo hará lo que sea para ayudar a su amigo en los momentos más oscuros. Sí, lo que sea, y ahí es cuando entran en juego los giros narrativos y las bizarreadas a las que nos tienen tan acostumbrados las historias de Duprat.
A pesar de que ambos protagonistas son bastante más desagradables que la media –no muy diferentes a la mayoría de los personajes del realizador-, la trama logra sacar lo mejor de ellos, y demostrarnos que la amistad le puede hacer frente a cualquier circunstancia.
Sabemos, desde el principio de la película, que Arturo tiene un plan entre manos y lo logra llevar a cabo, en mayor o meros medida. Renzo puede tener un carácter irascible y querer ir al choque constantemente, pero se deja llevar por las ideas de su compa ya que el fondo sabe lo que le conviene. Los problemas se empiezan a asomar en el horizonte con la intromisión de Alex (Raúl Arévalo), un supuesto alumno del pintor demasiado honorable que, en plan “humanitario”, presiente que el galerista está tramando algo.
Así, “Mi Obra Maestra” comienza a mezclar géneros, y entre la comedia absurda y el drama más lacrimógeno –tal vez, los momentos más sensibles se dan entre los dos hombres en la habitación del hospital-, termina insinuando una trama policial con varios plot twist bajo la manga.
Duprat tiene buenas ideas, tal vez demasiadas para una sola película. En un punto, se sienten las casi dos horas del relato y la cantidad de giros que le va sumando a la trama, aunque deje varias incongruencias por el camino (¿qué onda con Arturo “analizando” gente en la calle?). Igual, más allá de cierta previsibilidad y la adrenalina que puede despertar la tramoya de Arturo, lo más importante a destacar son los lazos que unen a estos dos hombres maduros que, muchas veces, pueden llegar a comportarse como chicos.
Lo de Francella y Brandoni es un verdadero duelo actoral, aunque el segundo rankea mucho mejor a la hora de interpretar, de forma más naturalista, a este hosco pintor bohemio (y un tanto anárquico) que se empecina en vivir bajo sus propias reglas. A Francella se le nota mucho más el personaje, ese sujeto canchero y puteador que ya vimos varias veces en diferentes pantallas. Sus contrastes se contagian al entorno y ese constante choque de formas de vida, actitudes y espacios: de la pulcritud y el snobismo de las galerías de arte alrededor del mundo, al amasijo de basura, cachivaches y animalitos adoptados que resulta ser la desvencijada vivienda de Renzo.
Y este contraste también se traduce en la forma en que estos dos protagonistas perciben a la ciudad de Buenos Aires, un personaje más en la historia, aunque nunca queda bien definido, al menos no de manera prolija. Como ya se dijo, “Mi Obra Maestra” quiere abarcar mucho y, en ese afán, varios de sus elementos pierden potencia y coherencia.
Francella y Brandoni son los únicos actores que se destacan dentro del conjunto, los demás (Arévalo, Andrea Frigerio) son meros secundarios o plot devices para la trama. Igual, alcanza con la dupla, sus tropos generacionales (aunque algunos sean un tanto añejos) y sus mañas, pero sobre todo el vínculo que se forma delante de la cámara, el cual, intuimos, es muy parecido al que tienen los actores más allá de la pantalla.
Duprat filma muy bien y le da la atención que necesita cada detalle, la importancia y definición de los diferentes espacios que, una vez más, vuelven a remarcar esos contrastes ligados a los dos personajes principales. Pero falla en varios puntos del guión, sobre todo cuando quiere retorcer demasiado la trama y de jade la lo más importante: la amistad incondicional entre Renzo y Arturo.
LO MEJOR:
- Brandoni y Francella, pero un poquito más de puntos para Luisito.
- La dicotomía entre espacios y personajes.
- El absurdo que sigue destilando las historias de Duprat.
LO PEOR:
- Demasiadas vueltas en un solo relato.
- Ciertos momentos que desentonan.