Solo en la dirección, sin Mariano Cohn, Gastón Duprat se mete en un mundo que conoce, el de las artes plásticas, con guión de su hermano, director del Bellas Artes. Pero más que el esperable comentario mordaz sobre el snobismo, a cargo de los autores de El Ciudadano Ilustre, la apuesta, esta vez, va más hacia el corazón que hacia la acidez, con una historia de amistad de toda la vida en el centro del asunto. Entre un galerista de buen pasar (Francella) y un pintor de talento (Brandoni) al que se le pasó el cuarto de hora. Ninguno es un manojo de virtudes, pero el pintor se deja ayudar tan poco por el galerista que termina perjudicándolo fuerte, a pesar de lo cual terminarán por pergeñar juntos una vuelta de tuerca conveniente para ambos, que no hay que contar. La amistad.
Jugando con los códigos de la comedia popular argentina junto a dos de sus mayores actores, Duprat consigue sostener el entretenimiento, con su ingenioso giro argumental. Y redondear una comedia ni blanca ni negra, tan generosa en tics de lo muy argentino como universal en su tema. Con Francella y Brandoni pasándolo bien en dos papeles que les quedan como anillo al dedo.