Mercantiliz arte
¿Quién decide el verdadero valor de un cuadro? Todo menos la calidad artística y ya desde esa premisa el nuevo opus del tándem Duprat-Duprat apuesta a la comedia negra para escudriñar desde su sabia malicia en el mundillo de los galeristas y los curadores de arte, como si se tratara de un lado b de su película El artista, que también giraba en torno a la impostura y la hipocresía de toda la elite snob argentina, pero con una dosis menor de maldad.
En ese sentido, Mi obra maestra, permite una lectura oblicua de su trama porque más allá de la historia de un pintor en decadencia (Luis Brandoni) y su galerista Arturo (Guillermo Francella) en plan de salvataje bajo las reglas salvajes de un mundo sin códigos, se vale de la anécdota para sumergirse en dilemas morales a la vez que en el orden estético, aspectos interconectados que pretenden una redefinición del rol de los artistas en la sociedad contemporánea y del arte per se como vehículo de interpretación y representación de la realidad de su tiempo. En este caso, Renzo es un pintor que destiñe ante la formalidad del consumismo de ricos y la ambigua relación entre el negocio del arte y la estafa al pequeño burgués ignorante.
La sustanciosa idea de la perdurabilidad de una obra con el correr de los años contrasta con los diferentes deterioros del tejido social, y también del propio cuerpo del artista plástico cuando el contexto es absolutamente indiferente a su evolución interna o la progresiva transformación de una mirada a lo largo de décadas, que busca sin ir más lejos en el lienzo el retrato de un instante histórico emocional. Basta con ver los colores en cada cuadro de Renzo o esas figuras exageradas que su amigo Arturo envuelve en la retórica y la perorata de las explicaciones como esa ironía característica del estilo de este notable pintor argentino.
Sin embargo, la singularidad de Mi obra maestra reside en lo que hace a los contornos y no a la figura lisa y llana que encierra ese vínculo de amistad pero a la vez de sinceridad extrema en momentos de crisis y de pedidos de ayuda. Los contornos de la solidaridad, por ejemplo escapan a la forma de lo solidario como parte de otra estrategia mercantilista para sacar el mayor rédito posible en el mercado del arte, así como la nada novedosa idea de revalorizar a un artista olvidado una vez declarada y firmada su acta de defunción.
¿Es acaso la muerte la que valoriza al artista antes que la vida? ; o la locura de un anciano que dibuja en una servilleta trazos sin sentido como ya ocurriera en El artista. Ninguna respuesta alcanza para definir una obra maestra y en este caso apenas se llega al esbozo de una mueca contra el sin sentido del arte, los artistas y los críticos como quien escribe.