Es como si El artista se cruzara con El ciudadano ilustre en la medida en que el mundo y el mercado del arte es surcado y cruzado con ironías y con esa mirada entre cáustica e incisiva que suelen tener los filmes de la dupla Gastón Duprat y Mariano Cohn.
Aquí separaron las tareas, Duprat quedó como realizador y Cohn ocupó el rol de productor. De todas maneras, hay una impronta que parece permanecer, continuar o perpetuarse, porque los puntos en común, más en cuanto al modo de abordar a los personajes, es similar.
Guillermo Francella y Luis Brandoni no habían trabajado nunca con Duprat. Francella es Arturo, un galerista que tiene una entrañable amistad con Renzo (Nervi, de apellido, más que adecuado), un pintor entrado en años, iracundo e inconformista. Hace tiempo que Arturo no puede colocar una pintura de Renzo en el mercado, y cuando tiene una oportunidad de devolverlo al mundillo del arte con un mural por encargo, éste se manda una de las suyas.
Así las cosas, sin adelantar la vuelta o el giro que se preaununcia en un trailer, uno y otro se las ingeniarán para, sin sentirse con demasiada culpa, la cosa funcione. Esto es, que Arturo pueda vender las obras de Renzo, y éste trabajar más o menos tranquilo cuando estaban a punto de desalojarlo por falta de pago de alquiler.
Uno de los ejes que atraviesa la película es el del snobismo en el arte, y la pregunta de qué hace que una obra sea más valiosa -en términos monetarios- que otra.
Andrés Duprat, hermano del realizador y guionista de todas sus películas, es el actual director del Museo de Bellas Artes. O sea que sabe bien de lo que hablan los personajes y de lo que escribió él mismo en el guión.
La hipocresía casi siempre ha dicho presente en los filmes de Duprat y Cohn, y mucho del personaje de El ciudadano ilustre -léase el espíritu vengativo o reivindicador, pero también la bajeza y la falta de talento o de ideas que se pone en tela de juicio (¿por qué Daniel Mantovani -Oscar Martínez- no escribió más desde que ganó el Premio Nobel de Literatura?)- están aquí omnipresentes.
También, es la primera vez que el protagonismo de un filme dirigido por Duprat es repartido entre personajes. Y como, entre tantas cosas, Mi obra maestra es una comedia negra, éste es un registro en el que no había transitado Francella, que regresa al humor en el cine después de interpretar varios personajes sombríos como en El Clan o Animal. La gracia, o las ocurrencias no son del tipo de las comedias blandas, por lo que también Mi obra maestra es un desafío superado por el actor. Brandoni da cabal, perfectamente en ese personaje que destila malhumor, petulancia e ironías.
Mi obra maestra apuesta a la comedia, con toques sensibles más que de ternura, apoyándose fuertemente en esa relación de amistad entre dos seres que traspasan barreras y enconos, y barrenan por la vida lo mejor que les sale.