Gato encerrado
Señalar la escasez de ideas originales como un problema que acecha a vastos sectores de la industria cinematográfica a veces resulta un lugar común de la crítica. Sin embargo, año tras año encontramos propuestas repetitivas desde lo temático y perezosas desde lo narrativo, que tornan inevitable el señalamiento de estas cuestiones como aspectos centrales del análisis. En consecuencia, se produce una suerte de paradoja tautológica, en donde para marcar ciertos estereotipos, el crítico debe incurrir, a su vez, en estereotipos.
En efecto, en Mi Papá es un Gato (Nine Lives) todo parece haber sido empaquetado sin demasiado esfuerzo: un argumento de fórmula con desarrollo predecible, personajes trillados y un par de figuras de renombre para jerarquizar el afiche promocional (en este caso, Kevin Spacey, Jennifer Garner y Christopher Walken). Aún con momentos de genuino humor (logrados en base a comentarios efectistas y gags físicos), el film no logra disimular las flaquezas de un guión chato e indiferente con la suerte de sus personajes. mi-papa-es-un-gato-04
Barry Sonnenfeld (“Los Locos Adams”, “Hombres de Negro”) es el encargado de llevar adelante esta historia que aborda la vida de Tom Grant, un multimillonario obsesionado con su trabajo pero con poco tiempo para la familia. Para calmar las demandas de atención de su pequeña hija, Grant decide regalarle un gato para su cumpleaños. Sin embargo, la tienda de mascotas a la que va es atendida por un misterioso vendedor llamado Perkins, quien le advierte sobre las consecuencias de prestar más atención a su profesión que a sus afectos.
Al hacer caso omiso a este consejo, Grant sufre un accidente en el que –luego de quedar en coma- queda atrapado dentro de su gato. Para volver a la normalidad, este magnate en cuatro patas deberá repensar su sistema de valores para reencontrarse emocionalmente con su hija y esposa, en medio de una fuerte disputa con sus socios por hacerse con el control de su compañía.
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Las similitudes con películas como Click (2006) están a la vista (de hecho, Christopher Walken interpreta exactamente el mismo rol). Al igual que en aquella cinta protagonizada por Adam Sandler, en Mi Papá es un Gato se erige un mensaje bastante obvio y esloganero sobre la importancia de los vínculos afectivos y la vacuidad de las gratificaciones del mercado laboral. En ese sentido, apunta a no perder de vista las cuestiones verdaderamente importantes en la vida, minimizando la relevancia de imperativos materiales como la del dinero (claro, en una familia de millonarios en donde lo material nunca fue ni será un problema).
La falta de ideas, además, se corresponde con un humor que –si bien funciona de a ratos- no logra cohesionar el interés de los más chicos con la satisfacción de los más grandes. En líneas generales Mi Papá es un Gato ofrece un entretenimiento pasajero y olvidable, digno de ser visionado en la T.V On Demand.