A Sebastian Maniscalco, alma máter de este amable relato de comedia con un claro sesgo autobiográfico, lo conocemos por sus especiales de stand up (hay al menos tres de ellos disponibles en Netflix) y sus participaciones recurrentes como animador en algunas ceremonias de entrega de premios más bien informales.
Un poco más inadvertida aparece su trayectoria como actor. Martin Scorsese lo sacó por un momento del mundo de los chistes para confiarle el papel de un mafioso arrogante y bastante descentrado en El irlandés. Maniscalco respondió largamente a esas expectativas. Para ese momento ya había mostrado durante el primero de sus dos encuentros con Jerry Seinfeld en la formidable serie Comedians in Cars Getting Coffee un par de indicios de lo que mostraría en la película que se estrena hoy, una fábula inspirada en la memoria de la relación con su padre, entrañable y complicada a la vez.
El primero no aparece en la película: Maniscalco y su padre Salvo, miembro de una familia siciliana que emigró como tantas a los Estados Unidos y se radicó en Chicago, casi no se hablaron durante 18 años. El segundo sí, y es un detalle muy divertido: padre e hijo cumplen cada noche un breve ritual que consiste en rociar su cuerpo y el aire que los rodea con una pequeña dosis de colonia. Así lo harán también durante el fin de semana en el que se desarrolla esta película.
En el feriado del 4 de julio, el joven Maniscalco (que utiliza como actor su nombre y apellido verdaderos) conocerá a la acaudalada familia de su prometida, una joven artista plástica con espíritu independiente. Y Salvo (un Robert De Niro que explota su reconocida vis cómica de un modo bastante contenido y eficaz) lo acompañará en ese compromiso.
Mi papá es un peligro (caprichosa y equívoca traducción local del título original, About My Father) es el resultado de las observaciones de un experto comediante sobre temas como la vida de los emigrantes en los Estados Unidos, la relación entre padres e hijos y la persistencia (o el cambio) de ciertas costumbres que se transmiten de una generación a otra.
Hay aquí algunos personajes y hábitos estereotipados y un par de escenas de evitable vulgaridad. También hay momentos en los que vemos bastante desinflados a los personajes, como si quisiesen tomarse una pausa para recuperar el brío perdido. Son efectos, quizás, de la mirada de un comediante que se aleja de su zona de confort (el escenario de sus shows unipersonales, donde se siente dominador absoluto) para entrar en un terreno bastante más complejo.
Pero al mismo tiempo, en medio de estos altibajos, Maniscalco se muestra como un lúcido observador de pequeños detalles que definen con bastante precisión a los personajes. Además es un actor muy correcto. De Niro se divierte mucho con un personaje que le resulta muy cómodo, y el resto del elenco cumple. Allí están la desenvuelta Leslie Bibb, David Rasche (el siempre recordado “Martillo” Hammer) y Kim Cattrall, que luce su madura belleza y vuelve a demostrar que es una muy buena comediante.