La relación del público con el cine argentino es bastante compleja. Aunque la renovación generacional que comenzó en los 90, conocida como “nuevo cine argentino”, tuvo desde el principio un amplio reconocimiento crítico, el público local suele ser bastante reacio a las propuestas nacionales, y muchas buenas películas bajan de cartel enseguida por falta de espectadores. A la vez, algunas propuestas comerciales que incluyen nombres famosos en el elenco logran llevar mucho público a las salas incluso cuando se trata de productos fallidos.
Más allá de las razones que puedan explicar este fenómeno, cada tanto aparecen excepciones notables; películas que rompen con esa lógica y derriban una supuesta contradicción entre el arte y el éxito comercial. Mi primera boda, la segunda película del Ariel Winograd, que se estrena el jueves 1, promete convertirse en un buen ejemplo de ello: es una comedia que entretiene sin caer en facilismos ni resignar calidad. La clave está, una vez más, en el talento delante y detrás de cámara.
Con la estructura de una comedia clásica, el relato de Mi primera boda gira en torno al casamiento de Leonora (Natalia Oreiro) y Adrián (Daniel Hendler): una fiesta tradicional, con vestido blanco, muchos invitados y torta de varios pisos, en la que las cosas no salen tal cual lo planeado. Cuando la boda está por empezar, Adrián comete un pequeño error que decide ocultar a su novia para evitar más problemas. A partir de allí, las decisiones que toma dan lugar a una seguidilla de complicaciones y enredos que ponen en riesgo la fiesta e incluso la relación de la pareja.
El proyecto nació a partir de una idea del director y de su mujer -y productora de la película- Nathalie Cabiron. “El punto de partida –contó Winograd en la conferencia de prensa que ofreció junto con los actores y productores- fue que en nuestro casamiento salió todo realmente muy mal. Nos sorprendió que no hubiera películas argentinas sobre el casamiento, un tema tan global, que toca a todo el mundo, y nos pareció que era muy interesante para contar en una película”. Con esa idea, convocaron al guionista Patricio Vega -que escribió la película Música en espera, las series Los simuladores y Hermanos y detectives y algunos capítulos de Lo que el tiempo nos dejó, entre otros proyectos para cine y televisión- para que diera forma a la trama.
El proceso de escritura fue bastante largo. Según explicó Winograd, el objetivo era llegar al rodaje con un guión sólido, al que luego siguieron casi al pie de la letra. “Cuando estás a punto de tirar la toma siempre hay algo que cambia, pero fue un trabajo muy riguroso con el guión: por qué estaba cada palabra, por qué un personaje dice una cosa y no otra. Tuve la posibilidad de ensayar bastante con todos los actores y teníamos muy claro qué queríamos de cada escena. Hicimos mucho trabajo de construcción de esta pareja: quiénes eran, cuál era el lazo invisible, y durante los ensayos salieron muchas cosas que están en la película”. También Oreiro y Hendler se refirieron a los meses de ensayo dedicados a construir el vínculo. “Fue muy divertido el proceso, porque tuvimos muchos meses de ensayo en los que discutíamos sobre las escenas, los personajes, las actitudes, y recreábamos situaciones de este noviazgo: las vacaciones, cómo yo lograba convencerlo de que se casara, el pedido de mano, todo lo que uno hace. Eso sirvió mucho para conocernos”, contó Oreiro. Y Hender agregó que, aunque nunca habían trabajado juntos, enseguida lograron cierta familiaridad: “Nos llevamos muy bien, Natalia es muy carismática y para mí fue muy fácil conectar con ella”.
La película parte de un hecho casi universal: las formas tan distintas en que hombres y mujeres viven el casamiento, cada uno con sus miedos y ansiedades. El relato se despliega a partir de los puntos de vista alternados de los dos protagonistas. Si para Leonora se trata del momento soñado, la fiesta que siempre anheló, en la que todo tiene que estar perfecto, para Adrián representa una especie de final, como si a partir de ese momento toda su vida, incluidos sus amigos, fueran a quedar atrás.
Pero la película no se queda sólo con los novios. Mientras cuenta todo lo que les pasa, no pierde de vista a los numerosos invitados. Así, la trama principal se enriquece con las situaciones que atraviesan varios personajes secundarios: los padres de él (Gabriela Acher y Gino Renni); los abuelos (Pepe Soriano y Chela Cardalda), la madre de ella (Soledad Silveyra), una ególatra que no puede parar de competir con su hija; el primo (Martín Piroyansky); los amigos del novio (Clemente Cancela, Sebastián de Caro, Alan Sabbagh), la mejor amiga de Leonora (Muriel Santa Ana) y hasta un ex de la novia, interpretado por Imanol Arias. Además, los Luthiers Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich se lucen como el cura y el rabino especialmente convocados para este casamiento mixto.
A la par de esta suerte de dream team de la comedia, Mi primera boda cuenta también con un equipo notable detrás de cámara, que incluye a Félix Monti en la dirección de fotografía y a Liniers en el diseño de los títulos animados del comienzo. Como en su primera película (Cara de queso, 2006), Winograd vuelve a situar la acción en un espacio único que ofrece múltiples posibilidades. Si en Cara de queso todo transcurría en los confines del country judío, en Mi primera boda la acción se desarrolla siempre en algún sector de la bellísima estancia Villa María, en donde se celebra la boda. Pero el confinamiento no se limitó a la ficción: todo el equipo se instaló en la estancia durante las cinco semanas que duró el rodaje. “Nos instalamos en Villa María y fue casi como un Gran Hermano –contó Oreiro-. Estar ahí las 24 horas nos permitía seguir explorando, divertirnos cuando terminaba la filmación, y a veces ensayar a las cuatro o cinco de la mañana en los decorados reales”.
Mi primera boda tiene toda la apariencia de una superproducción. Sin embargo, Axel Kuschevatzky, uno de los productores, contó que se trata de una película “de autor”, mucho más chica de lo que la gente cree: “Parece gigantesca y está la fantasía del megatanque norteamericano, pero realmente es una película hecha con mucho esfuerzo, después de trabajar años para conseguir los fondos. La participación de Telefé es un porcentaje chico. La película está generada desde un lugar absolutamente independiente”. Una buena película, que tiene todo para convertirse en el próximo éxito de la taquilla local y desmentir ese prejuicio de que al público local no le interesa el cine argentino.