Ariel Winograd sorprende y divierte con esta propuesta donde se reaviva un género olvidado
No son demasiados los cultores de la comedia en el cine argentino y menos aún entre los artistas más jóvenes. El director Ariel Winograd (que ya había incursionado en el género con Cara de queso ) y el guionista Patricio Vega (autor de la exitosa Música en espera ) son de los pocos identificados con el humor y aquí suman fuerzas para un producto que, más allá de sus desniveles, tiene múltiples atractivos y un inevitable destino masivo.
Mi primera boda se inscribe en un subgénero muy popular como el de las películas de enredos ambientadas en el descontrolado, excesivo universo de una fiesta. En este caso, la de un casamiento mixto entre el torpe e inseguro Adrián Meier (Daniel Hendler) y la obsesiva y controladora Leonora Campos (Natalia Oreiro) que se desarrolla durante todo un día dentro y fuera (los jardines) de una mansión.
Un pequeño error (la pérdida de las alianzas) desata un caos de imprevisibles consecuencias. Si bien está narrado desde el punto de vista de los dos novios (incluso con testimonios a cámara de corte confesional), el film tiene un espíritu coral, ya que una de las principales búsquedas de Winograd es aprovechar la amplitud, la diversidad y los matices del elenco: la despiadada madre de Leonora (Soledad Silveyra), los insufribles padres de él (Gabriela Acher y Gino Renni), el seductor, cínico y provocador ex novio de ella (Imanol Arias), el abuelo (el gran Pepe Soriano) que busca "liberarse" tras demasiados años de un matrimonio restrictivo con su mujer (Chela Cardala), la amiga ingenua y confidente de la protagonista (Muriel Santa Ana) que se enamora de otra joven (María Alché), el leal primo de Adrián (Martín Piroyansky), el cura y el rabino que tardan demasiado en llegar a la fiesta (Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich), el DJ judío (Iair Said, toda una revelación) y los amigos "impresentables" de él (Alan Sabbagh, Sebastián De Caro y Clemente Cancela), entre muchos otros.
No es difícil encontrar referencias ( La fiesta inolvidable y Muerte en un funeral por citar sólo un par) y, si bien es difícil (e injusto) comparar Mi primera boda con el cine de Howard Hawks, Peter Bogdanovich, Billy Wilder o Blake Edwards, hay una clara intención de reciclar ciertos rasgos de la comedia (blanca) clásica.
Los principales problemas de Mi primera boda son que el eje (la pérdida de los anillos y los posteriores esfuerzos por recuperarlos) resulta insignificante para sostener más de una hora y media de relato y que por momentos las escenas (algunas más ingeniosas que otras) están concebidas como si fueran compartimentos estancos y eso le quita cierta fluidez y cohesión a la narración. De todas maneras, hay en Winograd una indudable destreza y ductilidad para el gag físico o el remate verbal que le permiten sobreponerse a los ocasionales tropezones.
Producción de impecable factura (arte, fotografía, musicalización), Mi primera boda es una buena película, disfrutable y recomendable, pero que al mismo tiempo deja la sensación de que -por los recursos disponibles y por el talento de sus hacedores- podría haber funcionado todavía mejor. Ojalá que tanto estos artistas como otros que los sigan puedan regresar una y otra vez a un género que, como la comedia, el público suele acompañar y agradecer.