De las comedias argentinas estrenadas en el año podría decirse que “Mi primera boda” es la más ambiciosa desde todo punto de vista. Según dijo Axel Kuschevatsky, uno de sus productores, la participación de TELEFE en lo económico fue ínfima, con lo cual habrá que pensar en una administración superlativa de los recursos, especialmente teniendo en cuenta semejante reparto.
En cuanto a la película, permítame separar los tantos, lo que podría leerse también como: Organizarme.
Vamos a la trama:
Adrián (Daniel Hendler) está sentado en un sillón con elementos de fiesta de casamiento como fondo. Con mucho aplomo (y humor) comienza a darnos su parecer sobre el matrimonio en general, y el suyo en particular. Lo mismo hace Leonora (Natalia Oreiro) sentada en un lugar separado hasta que, refiriéndose a su marido, nos dice: “¿Saben lo que hizo?”
La narración se convierte entonces en un relato de los hechos recientes. Toda la preparación de la fiesta de casamiento, con un novio no muy convencido y preocupado por los gastos, más una novia histérica por el evento y la organización. Ambos coinciden en que se aman, por encima incluso de sus antecedentes religiosos ya que él es judío y ella católica.
Los enredos comienzan cuando Adrián pierde su anillo de casamiento tan sólo un rato antes de la ceremonia, para la cual sólo esperan la llegada del Padre Patricio (Marcos Mundstock) y el Rabino Mendl (Daniel Rabinovich) para comenzar. Por supuesto que Adrián hará lo posible para retrasar su llegada y darse el tiempo de encontrar la alianza.
Se puede hablar de un guión básico de comedia de enredos cuya realización Ariel Winograd tiene que orientarla hacia el estilo de la comedia clásica. Durante gran parte de la narración iremos conociendo a familiares y amigos en un desfile de situaciones que no siempre colaborarán con la trama, sino que están simplemente como excusa para el gag. Como si fueran parte de un sketch recortado, por ejemplo, como la situación de los dos integrantes de Luthiers en pleno viaje de remis.
“Mi primera boda” no descubre la pólvora en el aspecto de lo que se cuenta.
La parte técnica es impecable, destacándose la banda de sonido de Lucio Godoy y Darío Eskenazi, quienes con una orquesta de más de cuarenta músicos y grabada en Europa, juega con estilos de Henry Mancini por un lado y Jerry Goldsmith o Michael Kamen por otro.
Ahora bien, debo confesar que entré “como un caballo”. Me pasó lo mismo que me ha pasado muchas veces con las comedias de Blake Edwards, es decir, compré desde el primer instante y llegué a llorar de risa con algunas situaciones y actores. Realmente si usted está de buen humor y sin ganas de intelectualizar, con esta realización la va a pasar fenómeno. Si los chistes son viejos es tan irrelevante como cierto, pues no sólo el público se renueva, sino que más de una vez le han contado una seguidilla de chistes tan malos que uno detrás del otro provoca esa risa que nace por oposición al remate mismo. Y si uno se ríe con algo es difícil (por no decir inútil) preguntarse por qué. Es pasar un buen momento y en el caso de “Mi primera boda”, alcanza y sobra.