La reivindicación de la comedia argentina
Si Ariel Winograd había mostrado con Cara de queso (2006) un notable talento a la hora de delinear personajes y manejar gags efectivos, con Mi primera boda (2011) reconfirma que estamos frente a un director capaz de convertir una historia simple en un acontecimiento cinematográfico que Hollywood envidiaría.
Leonora (Natalia Oreiro) y Ariel (Daniel Hendler) van a casarse. Ella es católica y el judío, aunque esto no es lo más importante de la trama pero sí un condimento extra. El día ha llegado, y lo que todo debería ser perfecto terminará en una sucesión de pormenores que harán de que ese evento tan especial se convierta en una pesadilla.
Mi primera boda carece de pretensiones y ese es su principal logro. Una historia liviana, personajes muy bien delineados y actores que brillan en todo momento gracias a un acertado casting. En Mi primera boda no hay personajes mayores ni menores, todos tendrán su minuto de gloria. Desde Iair Said, el disk jockey que solo aparecerá en no más de cuatro o cinco intervenciones, hasta el primo freak del novio que interpreta Martín Piroyansky, actuación que podría definirse como la más impresionante de su corta pero no por eso inexperimentada carrera.
Qué la cámara ama a Natalia Oreiro y que cada aparición de ella está dotada de magia pura no es novedad alguna. Si en Miss Tacuarembó (2010) se perfilaba como una gran actriz para la comedia en Mi primera boda queda claro que lo que tiene no es solo ángel sino mucho más. Si su carrera se hubiera iniciado en Hollywood actrices como Jennifer Aniston, Julia Roberts o Drew Barrymore hubieran sido eclipsadas por la magia de esta mujer que esperamos no tenga que rendir más exámenes para demostrar que es una de las grandes actrices del momento. En total sintonía con Oreiro, su compatriota Daniel Hendler se corre del eje y del registro actoral al que estamos acostumbrado a verlo para lograr un personaje diferente, lleno de matices y con un gran dominio para el gag.
El guión de Mi primera boda recayó en el experimentado Patricio Vega (Música en espera, 2009), un autor dúctil para la comedia clásica con amplio conocimiento del género que sabe como rematar cada escena, que intervención realizar para romper el hielo o evitar que esta decaiga y en qué momento meter un gag que descolocará tanto al espectador como al personaje receptor del mismo. Ejemplos como este pueden apreciarse en las intervenciones del disk-jockey, los amigos del novio o en Inés, extraordinario trabajo de Muriel Santa Ana, por citar algunos.
Desde lo técnico el trabajo es impecable. La dirección de fotografía de Felix “Chango” Monti, la música de Lucio Godoy, Darío Esquenazi y Adrián Iaies o el montaje de Francisco Freixá no hacen más que elevar el resultado del producto final a una categoría que muchas veces este tipo de géneros descuida o no le da importancia.
Ariel Winograd nos ofrece una obra personal que se nutre de lo mejor del género, los más grandes actores y una serie de elementos plásticos para lograr la gran comedia que el cine argentino necesitaba y reivindicar, de esta manera, a un género bastante mal tratado y que muchas veces no encuentra su vuelta. Rara vez se califica a una comedia de excelente pero sin duda esta se lo merece. Apuesten a esta comedia que saldrán ganadores y muertos de risa.