Mi primera boda tiene mucho de la Nueva Comedia Americana que lleva a Judd Apatow a la cabeza. Hay también un parecido a Death at a funeral, ya la secuencia animada de apertura a cargo de Liniers lo recuerda, con toda la acción transcurriendo en un mismo lugar que le da a todos los personajes la posibilidad de hacer sus intervenciones. Desde el 2006 hasta la fecha este género se convirtió en una suerte de norma y punto de llegada al que muchos aspiran. Este 2011 está más fogueado entonces para recibir con los brazos abiertos la nueva película de Ariel Winograd, como no se hizo hace 5 años con la genial Cara de Queso.
De igual forma que aquella se trata de una historia personal, su diferencia reside en que el director ha madurado al igual que su protagonista. Ariel/Adrián ya no es un adolescente con problemas de chicos, es un adulto que se autoconvoca la desgracia, y a esta anécdota le da un principio, un desarrollo y un final. Y por eso es doblemente gracioso cuando uno de sus amigos le comenta a una estudiante de cine su idea para un guión sobre unos chicos en un country judío, y que ante la pregunta: "¿Y qué pasa?", la respuesta sea nada. Chiste autoreferencial que a la vez funciona como crítica. A quienes no entendieron sus inquietudes en el 2006, Winograd devuelve la gentileza con una película de estructura convencional pero a su manera. Y lo hace bárbaro.
Este joven director logra aquí algo que parece una quimera en el cine nacional y que sólo pocos pueden preciarse de hacerlo: una película realmente cómica orientada a un público masivo sin caer en el simple humor televisivo o en el grosero. Si bien la idea original es de Nathalie Cabiron y del mismo Winograd, mucho de esto se debe a la reescritura del guión a cargo de Patricio Vega, quien ya le había dado a Natalia Oreiro la posibilidad de entretener fuera de sus recurrentes roles en la pantalla chica con Música en espera.
Mi primera boda divierte y lo hace bien, porque conoce sus recursos y sabe cómo explotarlos. Juega con la imaginación de sus personajes, con sus protagonistas rompiendo la cuarta pared o con el explosivo final, porque entiende el género y sabe utilizar aquello de lo que dispone. Su elenco cargado de nombres provenientes de distintos ámbitos funciona en su conjunto y, si llega a existir un momento en que la gracia puede perderse, la unidad hace la fuerza y hay otro personaje a la vuelta de la esquina para volver a recuperarla. A Winograd no le tiembla el pulso al buscar algo más masivo y logra con Mi primera boda dar la vuelta de tuerca que faltaba en Cara de Queso: Mi primer ghetto. Espero ansioso la próxima primera experiencia que tenga para ofrecer en cine.