Si la historia que se cuenta en la película es real o pura ficción recreada como verídica, es absolutamente intrascendente, como la propia película.
Colin Clark publicó el libro El príncipe, la corista y yo. Lo que cuenta allí, y recrea la película dirigida por Simon Curtis, es la historia del joven Clark, hijo de una familia culta y acaudalada, que sueña con trabajar en la industria del cine. Su primera ocupación fue la de tercer asistente de dirección de Lawrence Olivier durante el rodaje de El príncipe y la corista. Allí conoció a su protagonista, Marilyn Monroe, y estableció con ella una relación personal e íntima, siendo durante una semana la persona más cercana a la hermosa y sensible estrella.
La película es un conjunto ordenado de clichés, estereotipos y figuras remanidas. Aparecen como si no los conociéramos la estrella sensible que es mucho más que la mujer sexy a la que todo el mundo desea y admira; el director talentoso, ambicioso e irascible; el genio intelectual que no soporta que las fotografías sean todas para su esposa hermosa y no para él.
Con ellos el realizador construye una pobre comedia dramática, cuyo único soporte narrativo es la correcta actuación y la belleza de Michelle Williams protagonizando a Marilyn Monroe, pero poco más que eso. El resto es reconstrucción de época y acumulación de personajes conocidos, que poco agregan a una historia pobre, intrascendente y mal contada. Desde el comienzo, la película es previsible. Y en esta nota ya se han enterado de todo.