La comezón de los primeros años
De entrada vale la pena resaltar la valentía de los responables de esta película de llevar a la pantalla un aspecto biográfico de Marilyn Monroe (el rodaje de El Principe y la Corista en 1957), y sobre todo la osadía de Michelle Williams a la hora de encarar una interpretación de la que contaba con todos los números para salir malparada, y es que dar vida en el cine a uno de los animales cinematográficos de todos los tiempos no es tarea sencilla.
Su arrojo le valió un Globo de Oro en la categoría mejor actriz en una película musical o comedia y una nominación de los Premios de la Academia, aunque Meryl Streep en su caracterización de La Dama de Hierro le acabara arrebatando el preciado galardón. Una vez vista Mi semana con Marilyn podemos afirmar que Williams sale indemne de su aventura, atacando el personaje desde la sensualidad y la desprotección. Lo que ocurre es que ni posee la robustez ni la contundencia de Marilyn y, logros interpretativos aparte, ese es un rasgo que cualquier espectador va a notar desde el principio del film. Quizás es que tengamos el baremo del mito demasiado alto, pero pasaría igual si nos enfrentáramos a un biopic de James Dean o cualquier otro icono del cine de todos los tiempos.
Arropada por un elenco actoral que sí sabe disfrutar de la oportunidad de recrear a grandes nombres del cine, en especial ese Kenneth Brannagh con zapatos nuevos emulando a su amado y referente Laurence Olivier; Judi Dench como Sybil Thorndike, y en menor medida una Julia Ormond un tanto desaprovechada en su papel de Vivian Leigh, la película se ve con agrado aunque no pueda en ningún instante desprenderse de un cierto aire a telefilm de sobremesa que no ayuda al conjunto de la acción.
La trama en sí es una mera excusa para enseñarnos aspectos de la biografía de la diva que, si bien ya se habían apuntado en alguna que otra biografía desautorizada, ahora se muestran a sabiendas de que el film está basado en dos libros escritos por el autor británico Colin Clark, y su experiencia cuando acompañó a Marilyn durante el rodaje del film ya citado. En la adaptación cinematogràfica, Clark es un joven auxiliar de producción inexperto que caerá rendido y hechizado ante el magnetismo y la fascinación de un personaje único e irrepetible, iniciando una especie de relación medio amistosa que no llega a más dado el carácter inestable de quien ha hecho del capricho y veleidad su bandera.
Tampoco ayuda a elevar el tono mediocre del film una realización plana de un director, Simon Curtis, que no ha querido arriesgar un ápice en su debut en el terreno del largometraje. La óptica desde la que se estructura la película es descaradamente academicista, muy brittish, faltando un tratamiento más profundo de algunos personajes que funcionan como meros arquetipos.
Las escenas donde prima la ironía y la acidez están tratadas a la perfección, con diálogos rápidos y brillantes, llenos de ritmo y precisión. Otra cosa bien distinta ocurre en aquellos momentos donde la tragedia y la exultación dramática deben hacer acto de presencia; son secuencias faltas de fuerza y mordiente que dejan indiferente a quien las mire.
A fin de cuentas, se trataba de enseñarnos el drama de una mujer ingenua que tuvo como única constante vital el abandono; una gallina de los huevos de oro manipulada por mentores malhechores que la envolvieron en falsos halagos y expectativas sobre unas dotes interpretativas que quizás jamás existieron.
Michelle Williams intenta con ahínco y no poca profesionalidad demostrarnos todo ésto mediante una interpretación versàtil e importante, pero siempre uno se queda con la sensación de que no ha sido suficiente; que para mostrarnos el verdadero drama que acompañó a Marilyn durante toda su vida se hubiera necesitado un proyecto más ambicioso y con más enjundia.
Mi semana con Marilyn se queda a medio camino entre una cosa y otra, y es que la humildad de la propuesta es su mayor enemigo. Quizá es que hablamos de una estrella inalcanzable y celestial, imposible de abarcar en su totalidad.