Sencillez y sensibilidad para evocar un episodio en la vida de Marilyn
Hollywood ha sido, y es, la industria más importante en la historia del cine occidental y, en rigor, de allí han salido dos o tres de las obras maestras que hoy sientan la base del estudio del séptimo arte. La década del ‘40 y ’50, o sea la era dorada de la post Segunda Guerra Mundial, mantenía latente el star system del cual surgieron algunas de las grandes figuras de la pantalla. De todas ellas Marilyn Monroe es sin dudas la definición perfecta del concepto de estrella. Lo que genera en nosotros supera su vida artística para incorporarse a nuestra cotidianeidad. Pero como todo ser humano convertido en fenómeno cultural si muere joven se convierte en leyenda. Por eso es que no podemos evitar proyectar el fenómeno hacia el futuro e imaginar cuanto más grande habría sido. Jimi Hendrix, Bob Marley, Luca Prodan y James Dean son algunos ejemplos. Por eso cada paso de estos artistas, de carrera corta y popularidad inconmensurable, es una historia en sí misma. Así llegamos a “Mi semana con Marilyn”.
El primer acierto de esta realización esta en el guión. Adrian Hodges (guionista exclusivo de TV hasta esta oportunidad) sabía que se metía con la gran estrella, luego, en lugar de abordar el texto desde la grandilocuencia de la figura lo hace desde la admiración que provocaba por distintas razones. Allí es donde se instala el subtexto de la historia, permite el crecimiento de todos los personajes y el lucimiento de los muy buenos actores que los interpretan.
Envidia, celos, admiración, obnubilación, fanatismo y varios etcéteras es lo que ello generaba. El realizador Simon Cuurtis logra transmitírselo al elenco, y al espectador por carácter transitivo. Si basta un botón como muestra presten atención a la escena en un bar inglés al que ingresa Marilyn Un simple y magistral gesto resuelve una situación memorable y establece el punto.
En 1956 Colin (Eddie Redmayer), un joven aspirante al mandato paterno, consigue trabajo como tercer asistente de producción en “El príncipe y la corista”, el clásico dirigido por Laurence Olivier (Kenneth Brannag) que tiene como artista invitada a Marilyn Monroe (Vanessa Williams, nominada al Oscar por este trabajo). La historia que nos narran se centra en los avatares acontecidos durante la filmación. “Tu eres un gran actor que quiere ser estrella, y ella es una estrella que quiere ser actriz” se planteará en el momento de mayor profundidad de esta comedia dramática. Efectivamente, ese es el conflicto real sobre el que se sostienen los incidentes del relato; alimentados por las anécdotas de rodaje narradas en dos libros escritos por el propio Colin Clark.
La sutileza de la banda de sonido subraya correctamente cada momento, pero todos los rubros técnicos colaboran con la obra, como el muy buen diseño de vestuario y la fotografía. En su conjunto, “Mi semana con Marilyn” aporta al espectador una buena narración, buenos momentos de humor, no cae en el melodrama, pero, sobre todo, ayuda a comprender desde la sencillez de la realización la enorme dimensión de una estrella que ha quedado para siempre en la historia del cine y de la cultura mundial.