Una rubia debilidad
Corre el año 1956. Una jóven actriz con una carrera tan incipiente como rutilante, llega a Inglaterra nada más y nada menos que para hacer pareja con Sir Laurence Olivier en la filmación de una comediala recordada "El príncipe y la corista".
Y esa jóven es nada más y nada menos que Marilyn Monroe.
Tras estas dos figuras interesantes y reconocidas de la industria del cine, se esconde sin embargo el que quizás sea el principal atractivo del film, que es el punto de vista del narrador de la historia.
Lo que se convierte casi en el diario de filmación de esa película, el encuentro de esas dos grandes estrellas del cine de la época, rodeados de un entorno lleno de agentes de prensa, periodistas, asistentes y figuras del mundo del séptimo arte (tanto actores, como técnicos, coach de entrenamiento actoral, etc) no está visto ni desde desde los ojos de Marilyn ni desde los de Olivier.
Hay un testigo de ese encuentro, de esas duras jornadas de filmación.
Hay un testigo que vivencia y registra cada una de las situaciones y que se irá infiltrando silenciosamente y acompañado a Marilyn en sus momentos de fragilidad, en sus inseguridades, en el que ella buscará refugio... y es justamente Colin Clark -en cuyas dos novelas "My week with Marilyn" "The prince, the showgirl and me" se ha basado este film- el principal narrador del film.
De esta forma, desde la mirada "omnipresente" de Clark, podemos encontrarnos con estos dos egos en acción.
Por un lado un Olivier casi obligado a trabajar con una actriz a la que no admira, a la que considera en cierto modo incompetente o falta de talento para trabajar a su lado, pero por la que al mismo tiempo siente una profunda atracción y que no puede dejar de reconocer su increíble magnetismo cada vez que aparece. En el fondo sabe, que ella tiene absolutamente todos los ingredientes para poder llegar muy lejos en el mundo del cine.
Y del otro lado, apabullada por la presencia de una figura como la de Olivier, con un dejo de total intransigencia, con un perfil sumamente exigente en su metodología en el set de filmación y sin ninguna empatía en su vínculo con ella, toda la seducción y el carisma natural de Marilyn se pone en jaque, se debilita, entra en conflicto.
Entre ellos aparece ese asistente que irá entrando en la vida de Marilyn en forma muy sigilosa, imperceptiblemente. Un Clark que se siente atraído por la imagen de esa exuberante sensualidad que destila Marilyn y a la vez inmensamente halagado por ser su confidente, su compañero de aventuras durante esas jornadas de filmación y con el que ella comparte ciertos momentos de intimidad.
Aún cuando su noviazgo con una asistente de vestuario del film comienza a resquebrajarse, el magnetismo y la atracción de Marilyn es más fuerte y Colin se dedicará a vivir esos días con toda la intensidad.
El director Simon Curtis -de una extensísima trayectoria en producciones para la televisión inglesa y sobre todo en adaptaciones de época- se destaca en el retrato minucioso de cada uno de sus personajes. Aprovecha al extremo el excelente equipo de actores con el que recrea la historia y cuenta además con un excelente equipo en todos los rubros técnicos, principialmente en cuanto al vestuario y a la fotografía.
No solamente la historia está contada en una forma interesante y mostrando los pliegues de cada uno de sus protagonistas sino que además de los dos actores principales hay un trabajo brillante del equipo secundario con las intervenciones de Judy Dench, Derek Jacobi Julia Ormond (como Vivien Leigh, otra grande la era dorada de Hollywood) y Emma Watson (se acuerdan de la amiga de Harrry Potter?).
Pero cabe destacar un trabajo perfecto de Zöe Wanamaker en el papel de Paula Strasberg, la coach actoral en la que Marilyn se apoya para tratar de sacar adealante el rodaje de las escenas en donde la sóla presencia de Olivier la deja casi paralizada.
Kenneth Branagh (nominado al Oscar como mejor actor de reparto por esta actuación) dota de todo su señorío británico a un Laurence Olivier exigente, tenso, impaciente por cumplir los planes de filmación, crispado por la aparente "poco profesionalidad" de su co-equiper y a la vez seducido por la rotunda belleza en cada vez que aparece, haciendo que aún la misma Leigh deje su quietud y desate sus celos.
Pero ninguno de los logros de "Mi semana con Marilyn" serían tales si no contaran con Michelle Williams en el papel central.
Su Marilyn está llena de contradicciones, su fragilidad a flor de piel, sus problemas con Miller, su inseguridad a la hora de pararse en el set, sus ganas de salirse de la pose de rubia hueca de una vez por todas, su necesidad de sentirse querida por todos y a cada momento, su necesidad de encontrar abrigo en el joven Clark (otra ajustada actuación dentro del equipo de Eddie Redmayne).
Y Williams aprovecha cada uno de esos momentos en escena para volver a mostrar que es una de las actrices más completas dentro de su generación.
Quien la haya visto en "Blue Valentine", "Incendiary" o en las más independientes aún "Wendy and Lucy" o "Mamooth" sabrá de su posibilidad de ir mutando, cambiando de máscara para cada uno de los desafíos que acepta.
Y sin dudas su Marilyn es consagratoria -y de no ser por la aplanadora de Meryl Streep en "La dama de Hierro" hubiese sido una candidata más firme a llevarse el Oscar de este año-.
No sólo desborda belleza y encanto (como en el cuadro musical que se muestra en medio del set de filmación que deja atónito hasta al propio Olivier) sino que crece y se agiganta cuando logra darle profundidad en aquellos momentos en los que se sumerge en su faceta más vulnerable, donde se corre el maquillaje, se apagan las luces del set y aparece la persona, dejando al personaje, y reflotan todas sus oscuridades.
Y Curtis como director aprovecha a cada uno de estos intérpretes para contar una historia que atrapa desde el detrás de escena, de poder espiar un fragmento de la historia del mundo del cine, conociendo algo más de dos grandes como Marilyn y Olivier en su lucha de egos y talentos, en sus vidas privadas y en sus vulnerabilidades.