Andá a saber...
Fabulación de un asistente de dirección con la rubia.
Difícil definir en pocas palabras lo que fue, y lo que Marilyn Monroe generó en los otros. Su sex appeal combinado con su vulnerabilidad y dulzura, además de la naturalidad con que parecía expresarse cuando estaba actuando, la convirtieron –y convierten- en una figura mítica.
Y si es complicado precisar la ecuación, más aún resulta apropiarse de su figura y llevarla al plano cinematográfico, que fue donde la bomba rubia mejor se reveló.
Mi semana con Mariyn está basada en los diarios y memorias publicados por Colin Clark, quien fue tercer asistente de dirección de Laurence Olivier en El príncipe y la corista (1957), la película que la joven esposa de Arthur Miller fue a rodar bajo la dirección del inglés, que a su vez fue su coprotagonista.
Vayan a cuestionarle a Clark –muerto en 2002- que lo que cuenta es una fabulación. No tanto con respecto a las inseguridades de Monroe, sus continuas llegadas tardes al set de rodaje, sus crisis y consumo de ansiolíticos. Lo que cuesta creer es esa aproximación íntima de la estrella con el joven de 23 años, fundamentalmente en la semana del título, aquélla en la que Miller se fue de Inglaterra y Marilyn se sintió desprotegida y sola.
Y habrá que considerar si pudo ser cierto que Colin se escapó un día con ella, se bañó en un lago (ella, desnuda, él en calzones), la besó y otros cuantos etcéteras que no vienen al caso. Marilyn fue una figura pública, por lo que si lo que aquí se cuenta fue verdad o no, debería importarnos. El cine es fantasía, pero la gente de carne hueso, aunque se convierta en mitos, no.
Pero lo atractivo del filme es el embrujo que Marilyn crea a su alrededor. No hay quién pueda mostrarse ajeno a ella. Desde el mismísimo Olivier –en una estupenda caracterización de Kenneth Branagh, quién otro hubiera podido hacerlo- hasta su esposa, Vivien Leigh (Julia Ormond), o la Dama Sybil Thorndike (Judi Dench). Todos personajes que vivieron en el mundo del arte, del cine, y que sucumbieron de una forma u otra ante sus encantos innatos.
Así, componer a Monroe no era tarea sencilla. Michelle Williams no apuesta a la caracterización, sino a revelar cómo era Marilyn. Pueden pintarle un lunar y peinarla como la actriz de Una Eva y dos Adanes , pero lo que trasciende al fin y al cabo es cuánto puede desnudarla, hacerla creíble. Y Williams (Blue Valentine) lo logra.
El papel de Clark es no sólo el narrador sino que prácticamente está en todas las escenas. Eddie Redmayne pone cara de sorprendido y le sale casi siempre bien. Pero el que se roba la película es Branagh, no sólo porque su personaje termina siendo un imán, sino porque es el sobrepeso con el que el director Simon Curtis, que debuta en el cine pero tiene una amplia trayectoria en la TV británica, balancea a Marilyn.
El elenco es otra selección inglesa, con Toby Jones, Dominic Cooper, Derek Jacobi, y hasta Emma Watson (Hermione en Harry Potter), algo perdida como la vestuarista que flirtea con el protagonista, al que se lo ve poco, pero que luce muy bien.