Cualquier tiempo pasado fue mejor
No vamos a descubrir aquí quién es Jackie Chan. Todos los que peinamos -o todavía podemos peinar- canas crecimos disfrutando con auténticos clásicos del cine de kung-fu en títulos tan improbables como El mono borracho en el ojo del tigre (The drunken master), La serpiente a la sombra del águila (Eagle´s Shadow) o Meteoro inmortal (sic). El bueno de Jackie ha ido envejeciendo en pantalla a base de coronar sus numerosas actuaciones con acrobacias inverosímiles, piruetas increïbles, cabriolas impensables, puñetazos, patadas, acción incontrolada... y nosotros nos lo hemos disfrutado a más no poder emulando sus hazañas contorsionistas a la salida del cine.
Educado, aunque no lo parezca, en la prestigiosa Escuela de la Ópera de Pekín, una suerte de teatro total que se nutre de las formas más arcaicas de la tradición china (los responsables de la Escuela siempre han considerado a Chan como uno de sus alumnos más díscolos), el actor comenzó hace ya unos cuantos años una carrera paralela en la meca hollywoodiense que le llevó a interpretar films mucho menos violentos, destinados al consumo del público adolescente y familiar (la trilogía Rush Hour, El Superchef, El poder del talismán e incluso una insulsa versión de La vuelta al mundo en 80 días dan fe de ello).
Mi vecino es un espía, vendría a constituir una nueva vuelta de tuerca en este subgénero propio que son las “comedias de Jackie Chan para todo público”, que se sumaría a los títulos anteriormente citados. Nada nuevo bajo el sol: mientras en Hong Kong Jackie parece querer insuflar un aire más trascendente a sus producciones -acaba de filmar el drama de acción Shinjiku Incident, y su último film, aún pendiente de estreno, Little big soldier, se ha presentado nada más y nada menos que en el prestigioso Festival de cine de Berlín- en Estados Unidos rueda películas descaradamente orientadas a hacer taquilla contante y sonante.
Poco se puede salvar de una película, cuya trama nos sabemos de memoria; rebosante de supuestos gags graciosos que no arrancan ni media sonrisa al más rendido de sus admiradores, y con un elenco de saldo que podría participar sin rubor en cualquier telefilme de sobremesa.
Pero no nos engañemos, quien vaya a ver una de Jackie Chan busca alucinar con escenas de acción arriesgadas, llevadas a cabo al filo, sin trampa ni cartón. Y ahí nos vamos a llevar una gran decepción porque el bueno de Jackie ya va rondando la sesentena y en más de la mitad de las secuencias o bien está doblado o se apoya en las dichosas cuerdecitas, que se puesieron de moda a partir de películas como El Tigre y el Dragón o Héroe. No se pueden pedir peras al olmo, el hombre ya no está para muchas aventuras.
Si al menos el guión ofreciera algo de interés, la función podría salvarse; pero ocurre todo lo contrario: es aburrido y plano a más no poder (no se entiende cómo para parir una historia tan insulsa se haya necesitado de la participación de cuatro guionistas distintos). Por desgracia, las aptitudes del actor hongkonés son bastante reducidas y, si encima su partenaire no es otro que el pétreo Billy Ray Cirus -más conocido por ser el papá de Hannah Montana- pues mejor huir del cine. Los niños que actúan como contrapunto infantil del protagonista son bastante chirriantes, exceptuando a Madeline Carroll (vista en Resident Evil: Extinción), que destaca sobremanera; mientras que en la parte adulta se puede destacar la presencia de la guapa Amber Valletta (Gamer) y la no menos estimulante Katherine Boecher ( de la serie Mad men de HBO, o Héroes).
Si a todo lo dicho añadimos que el director que firma esta comedieta familiar no es otro que Brian Levant, quien atesora en su filmografía títulos de tan volátil olvido como Beethoven, Los Picapiedra, Aventuras en Alaska, entre otras, con Ice Cube ejerciendo a su vez labores de canguro, ya podemos decir a ciencia cierta que Mi vecino es un espia no pasará precisamente a la historia del séptimo arte por la puerta grande.
Ni los títulos de crédito del final de la película, tan celebrados en otras producciones de Jackie Chan con tomas falsas donde el actor demostraba lo duro que había sido todo el supuesto trabajo de preparación de sus peligrosas proezas, están a la altura de lo que se esperaba.
En definitiva, un producto de consumo rápido que se olvida en cuanto el ‘The end’ asoma por la pantalla. Aquí si que se puede aplicar sin temor a equivocarnos aquello que decía el poeta castellano Jorge Manrique de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.