La familia americana
Exigente como una película con las trillizas de oro, vertiginosa como una de los superagentes Tiburón y Mojarrita, y conmovedora como un capítulo de La isla de Gilligan, Mi vecino es un espía desestima tanto a su audiencia como a su estrella principal.
El genial Jackie Chan es sistemáticamente humillado, aun cuando la vieja estrella del cine de Hong Kong interprete aquí a un agente de la CIA a punto de retirarse, una cortesía ideológica de Hollywood para un gran actor, tal vez un extraño heredero de Buster Keaton. A su vez, solamente los descendientes de Forrest Gump pueden apasionarse con este relato destinado a toda la familia en el que se celebra, lógicamente, la institución más amada por Disney.
Chan está enamorado de una mujer con tres hijos: una adolescente, un niño medio nerd y una pequeña de 4 años (más tres mascotas: un cerdito, una tortuga y un gato). Los hijos rechazan al candidato: es un don nadie, un mediocre vendedor de lapiceras. Unos terroristas rusos con pretensiones monopólicas sobre el petróleo y unos días en los que el agente secreto deviene en niñera de las criaturas cambiarán la perspectiva de éstos respecto del novio de su madre. Quedará aclarado: el chino no vende bolígrafos. Así, Chan luchará contra los rusos, preparará tostadas, cantará canciones de cuna, aprenderá el significado de Halloween y repartirá un par de patadas mientras su elástico cuerpo ya envejecido desafía la fuerza de gravedad.
Si Schwarzenegger, La Roca y Bruce Willis pueden ser niñeros, por qué no habría de serlo el gran Jackie Chan. Como suele ocurrir en este género de películas de acción familiar, se tendrá que dejar un mensaje. Es que aquí el cine es un evangelio indirecto. Habrá un sermón preciso y narrativamente pertinente: una familia no se constituye por los lazos sanguíneos sino por quienes nos aman. El mensaje subliminal es otro: hay buenos tipos en la CIA. Y así el niño de la casa ya sueña con ser espía. Ha nacido una vocación.