Casas llenas de secretos
Debut en la realización de Israel Horovitz, fecundo autor teatral. Historia densa, recargada de revelaciones que va descubriendo sucesivas capas de mentiras y ocultamientos. En el centro está Mathias, un norteamericano en bancarrota –pobre alcohólico y tres veces divorciado - que llega a Paris para tomar posesión de la hermosa residencia que le dejó de herencia un papá ausente. “Fue lo único que me dejó”, dice Mathias, aunque la amargura y la soledad que siempre lo acompañan también se lo carga la cuenta de su progenitor. Pero se encontrará con una sorpresa: en esa casona vive la vieja y querida dama del título. Vive con su hija. Usufructúan el lugar por un legado de su dueño. Inquilina vitalicia, que le dicen. Y hasta que ella no se muera, Mathias no podrá adueñarse del lugar. El film trabaja sobre esa alegoría del tener y no tener. Porque así fue la vida de este viajero que viene buscando una salida para su futuro y se encontrará con su doloroso pasado.
La obra se despliega al comienzo como una comedia costumbrista con pincelazos pintorescos. Pero de a poco la cosa se empieza a oscurecer. La casa, que guarda el pasado de esa vieja dama, custodia también secretos sobre la vida de Mathias y de la hija d ela dueña, dos seres condenados por una niñez recargada de olvidos.
Dramón espeso, muy hablado, que no disimula su estructura teatral y que se desarrolla casi totalmente en esa residencia que alguna vez fue símbolo del amor y ahora es morada de la mentira. Cada personaje se ajusta cuentas con su pasado. Horovitz nos habla de esos arrolladores amores adúlteros que van dejando ruinas a su paso; también de padres ausentes y sobre todo del poder destructivo de la mentira. Mathias se dará cuenta que gran parte de los pesados secretos de su vida estaban escondidos allí.
Es una pieza demasiado explicada, sin matices, con algunas subtramas resueltas con mucho apuro (la relación clandestina de la hija) y con poco aire y poco movimiento. Por suerte hay tres buenos actores: Maggie Smith, encantadora; Kevin Kline, y la bella Kristin Scott Thomas, una señora que no merece tanta soledad. Pero le falta emoción, sutilezas y hondura.