Israel Horovitz, se anima a sus 75 años llevar a la gran pantalla una de sus tantas autorías teatrales. Conocido en ese ámbito y también como guionista cinematográfico, adapta en esta ocasión una obra que escribió hace más de 13 años y la filma en París con un trío memorable. Maggie Smith, Kristin Scott Thomas y Kevin Kline, son los encargados de mover la historia entre los muros de una casona heredada.
Mi Vieja y Querida Dama (My Old Lady), no es una película que sorprenderá con su historia o su gran puesta en escena pero tanto el elenco protagónico como el resto del reparto hacen de este drama una película agradable para disfrutar.
Kline, bajo el papel de Mathias, llega a París con un único deseo: heredar una propiedad que le dejó su padre antes de morir. Cuando llega a la antigua casa, se encuentra que allí vive la anciana Mathilde (Smith) junto a su hija Chloé (Scott Thomas) y por una cuestión de contrato, él deberá pagar una especie de pensión mensual a la actual residente hasta que ella muera.
De a poco, el pasado será el único tema en los diálogos entre Mathias y Mathilde. Él recuerda a un padre carente de afecto, culpable del sufrimiento de su madre y de sus propias desgracias. En tanto Mathilde, trata de defender a través de sus recuerdos a un hombre distinto, bondadoso y sensible.
Una película ideal para ver en el teatro.
Las escenas entre estos dos actores en varias ocasiones pierden el ritmo cinematográfico para acercarse más a lo teatral y además, el montaje intercalado entre el interior y el exterior, se vuelve bastante repetitivo para el avance de la historia.
Si Mi Vieja y Querida Dama no hubiera contado con esas magníficas actuaciones y no hubiera sido rodada en una ciudad tan romántica como París, sería una película bastante dura de digerir.