Cine como en el teatro
Quizá el nombre de Israel Horovitz no diga demasiado para el cinéfilo promedio, pero se trata de uno de los dramaturgos norteamericanos contemporáneos más reconocidos, cuya obra incluye más de medio centenar de trabajos, muchos de ellos traducidos a varios idiomas e incluso algunos traspasados a la pantalla grande. Ese es el caso de su ópera prima, My Old Lady, que además es la transposición, a cargo de él mismo, de uno de sus textos.
Estrenado aquí con el título más conciliador de Mi vieja y querida dama, el film tiene como protagonista a Mathias (Kevin Kline), un hombre que orilla los 60 años y llega a París para vender la casona que heredó de su padre. El problema es que allí vive una mujer de 92 (Maggie Smith), que por contrato debe permanecer en el lugar hasta su muerte, junto a su hija (Kristin Scott Thomas).
Cada uno guarda secretos que se irán descubriendo a lo largo de casi dos horas con un automatismo propio de un director cultivado sobre las tablas. Así, el largometraje pasará de un tono ligeramente cómico a otro más oscuro, explicitando todas sus costuras mediante los parlamentos de sus protagonistas que, filmados en plano y contraplano en una única locación, remite al origen teatral de la propuesta. Correcto hasta la pulcritud, el film muestra que Horovitz podrá ser un gran dramaturgo, pero que para cineasta de primer nivel todavía le falta.