Maggie Smith y París, los motivos para ver este film
Los gustos hay que dárselos en vida. A los 75 años, Israel Horovitz debuta como director de cine. Antes escribió más de 70 piezas teatrales y participó en casi una veintena de guiones, dio clases, fundó compañías, lanzó actores, tuvo tres mujeres y cinco hijos que ya son productores y músicos, recibió premios, homenajes, incluso uno muy grande en la Argentina, etcétera.
Entre las obras que aquí subieron a escena figuran "El indio quiere el Bronx", "El primero", "Acróbatas", "Rayuela", "Pecados de la madre", "El gordo consigue a la chica". Los guiones en los que participó son "Machine Gun McCain", "¡Qué buena madre es mi padre!" ("Autor, autor", premiado en Cannes), "Sunshine, el amanecer de un siglo", dos cortos de "New York, I Love You", y abundantes series y especiales, aunque él diga que no ve televisión. También un testimonial, "3 Weeks After the Paradise", 2002, sobre la repercusión del 11 de septiembre entre los suyos.
Y ahora, con poco, se dio el gusto. Adaptó una pieza suya de pocos personajes, "My Old Lady", y la filmó en París. Más precisamente, filmó en el Marais, pero no en la parte turística del Barrio Judío, el Pompidou y demás, sino en sus calles más tranquilas y agradables. Con llegada al Sena, por supuesto.
Ahí vemos una casita vieja, tipo 400 metros cuadrados, con amplio jardín al fondo; 12 millones de euros, dice un agente inmobiliario que vive tranquilo en su barco. El dueño de la casita, un norteamericano que vivía en su país, se murió. Y el hijo, un cincuentón fracasado, aparece como legítimo heredero con los papeles en regla y ganas de vender cuanto antes. Pero se trata de una herencia a la francesa. Vale decir, uno les compra un inmueble a unos viejos, pero tomará posesión recién cuando se hayan muerto. Mientras, les paga una renta vitalicia, y, como es el dueño, también debe pagar los impuestos.
Esa modalidad dio lugar a una deliciosa comedia de humor negro, "Herencia a la francesa" (Pierre Tchernia, 1972), y a multitud de chistes sobre la longevidad de los franceses. En este caso, hay una vieja de 92 años, más sana que el nuevo dueño, y no piensa mudarse. Para colmo, cuando la vieja empieza a contar su vida amorosa, destapa unos secretos que mueven la estantería. Además tiene una hija. ¿Quién será el padre de esa hija? Se contraponen así el relativo laissez-faire de las mujeres con el resentido moralismo del norteamericano, los distintos modos de soportar cosas que pasan en las mejores familias y otras cuestiones graves, inesperadas, de difícil resolución.
Lástima que Horovitz no le haya dado tono de comedia. Pieza despaciosa, con charlas en interiores a media luz, tarda en despertar la intriga, y culmina con menos fuerza que la esperada. Pero actúa Maggie Smith, aunque no da ni de lejos los 92 (tenía 80 al momento del rodaje); la respaldan Kevin Kline y Kristin Scott Thomas, y está París. Suficiente para más de uno, aunque no para todos.