En la saga de Madagascar fueron los pingüinos. En la de La Era de Hielo , la ardillita Scrat. Y en la de Mi villano favorito , sobre todo en esta segunda entrega, son los Minions quienes se "roban el show". Los secundarios animados al poder, parece.
En efecto, estas pequeñas, caóticas (y muy divertidas) criaturas amarillas que ayudan al ex malvado Gru devenido en sufrido padre de tres encantadoras huerfanitas son el principal argumento para recomendar una secuela que -en casi todos los otros terrenos- queda bastante lejos de la sorprendente y muy redonda película original de 2010, en la que el calvo protagonista de voz aguda se robaba nada menos que la Luna.
En el arranque de este segundo film vemos al atribulado antihéroe organizando (y padeciendo, claro) una fiesta de cumpleaños infantil en el jardín de su casa. Además de haber formado una familia con las tres niñas (preocupadas porque el padre no arma pareja y ávidas por buscarle "candidata"), Gru ha desarrollado un emprendimiento para producir mermeladas y jaleas. Pero algo le falta... No pasará, por lo tanto, mucho tiempo hasta que vuelva a la acción, en este caso como agente encubierto de una organización secreta antiterrorista.
Como el lector podrá imaginarse, aquí la cosa pasa por una trama de espías con evidentes referencias al universo de James Bond. En ese contexto, Gru tendrá una compañera de misión (la ampulosa Lucy Wilde) para desenmascarar a un malvado mexicano, Macho, que se ha robado un suero devastador capaz de convertir a los Minions en algo muy parecido a los Gremlins.
La película dilapida valiosos minutos en explicar una y otra vez los traumas y fobias de Gru con el sexo opuesto, en generar la subtrama romántica con Lucy y en desarrollar -sin suspenso ni tensión- las escenas más propias del thriller en un shopping y en un restaurante.
Si Gru se había destacado como un malvado decididamente querible en el film original, aquí se volvió un bueno demasiado común. Y el nuevo villano, Macho, luce muy estereotipado y bastante desdibujado.
Lo que los directores Pierre Coffin y Chris Renaud no han perdido, por suerte, es su toque especial para el humor físico y para reírse de (y con) la torpeza ajena. Todos los personajes se lucen en plan slapstick , pero son los citados Minions los que se llevan todas las palmas y se convierten en dignísimos herederos de los clásicos personajes de Chuck Jones y Hanna-Barbera. Para completar su fenomenal faena, nos regalan al final dos notables covers ("I Swear", "YMCA") que dejan una sensación de satisfacción y alegría que el resto del film sólo consigue con cuentagotas.
Lamentablemente, todas las copias que se exhibirán desde hoy (más de 250) son dobladas al castellano. A pesar de que el formato digital DCP permite la inclusión de subtítulos con mucha facilidad, no habrá versión con esa alternativa ni siquiera en las funciones nocturnas. Una pena, porque los espectadores adultos (los hay también en buena cantidad para el cine de animación) no podrán disfrutar del talento en las voces originales de intérpretes de la talla de Steve Carell, Kristen Wiig, Benjamin Bratt, Miranda Cosgrove, Russell Brand y Steve Coogan. No queda otra, por lo tanto, que soportar un doblaje que no es precisamente de los más logrados de los últimos tiempos...