La premisa de la primera Mi villano favorita era casi perfecta: un prestigioso villano entra en crisis y se enfrenta a una inesperada paternidad. La película, además, tenía unos excelentes personajes secundarios (las tres nenas huérfanas, el aprendiz de malo Vector) y, sobre todo, las criaturitas por las que es recordada: los minions, mezcla de ayudantes maléficos y simpáticos brutos. La secuela, sabiendo que carece del villano de la anterior y, por ende, de sus hilarantes intentos de sembrar el caos (Gru se encuentra definitivamente retirado y ahora es un empresario de mermelada), se hace fuerte con los aciertos de la primera: las nenas ganan en protagonismo, y los minions tienen prácticamente una película diseñada a su medida (y eso a pesar que dentro de muy poco habrá una película solo con ellos, Minions, que cuenta su pasado bajo las órdenes de otro villano). Pero, para ser precisos, el título local dejó de ser exacto y, en cierta medida, el original también: ahora que el personaje abandonó sus planes malvados y colabora con las fuerzas del bien, ya no hay villano ni ningún verdadero “yo despreciable”; Gru, si bien todavía resulta un personaje cómico gracias a su excentricidad y su eterno desfase con el mundo que lo rodea, conserva poco del malo que supo ser y se parece más a un neurótico algo extravagante al que le va mal con las mujeres. El giro funciona, sí, pero a la sombra de la anterior Mi villano favorito la fórmula revela rápidamente sus límites: el nuevo Gru, preocupado por las citas y por su calvicie (como podría estarlo el George Constanza de Seinfeld), causa menos gracia, y los minions tienen demasiados gags a su cargo; la película abusa de ellos y por momentos los bichitos amarillos, contra cualquier pronóstico posible, llegan incluso a aburrir. Los nuevos personajes se suman bien a la historia principal, y en especial Lucy, con su cuerpo largo, torpe y peligroso, es uno de los logros de la secuela.
Eso sí, Mi villano favorito 2 debe ser una de las películas de animación que mejor se ven: sus tonos brillantes y vivos; sus ciudades, shopping, casas y restaurantes coloridos; sus superficies lustrosas; sus cielos siempre límpidos y celestes; todo eso, sumado a la fluidez impecable del movimiento y a la gracia y la expresividad de los gestos, hacen de la película una experiencia visual sin precedentes, superior a cualquiera de sus predecesoras, incluso a algunas visualmente notables como Megamente o Madagascar 3. En última instancia, si los chistes se repiten o falta el villano carismático de la primera, todavía queda la posibilidad de deleitarse con las imágenes increíbles de la película, que de eso también se trata el cine.