Para Gru, la villanía no es una cuestión de ambición personal sino deportiva. O lo era: el
primer film tenía como tema la paternidad, la necesidad de cuidar de otros, la diversión de volver a la infancia con los propios chicos. En este segundo film (que es americano solo por el capital, pero
cuyos realizadores son franceses y saben poner el acento más allá de lo puramente espectacular) el
tema original se maneja con plácida continuidad -que no con autoplagio- y Gru pasa en la acción
del mundo de los “malos” al de los “buenos” porque las circunstancias se lo exigen. Con este
horizonte sólidamente planteado por el guión y la libertad para la invención gráfica, los gags se
suceden con precisión, los “minions” (esos cosos amarillos) se vuelven cada vez más icónicos y
cómicos y los comediantes que prestan las voces -si la escucha en idioma original- resultan
auténticos creadores de humor. Una película bella y divertida, cuya única, noble pretensión, es ser
recordada entre sonrisas. Nada mal.