Fiebre amarilla
Los minions son un invento fenomenal. Eso está más que claro. Tienen la lógica de un personaje de Chuck Jones y la composición física de un sin sentido. Por eso, que su humor es espontáneo, sorprendente, desaforado: al no pertenecer al reino de la convención, sus resoluciones son inusitadas, te sacan una motosierra de la nada, reaccionan de formas que uno no imagina. Son, en ese sentido, casi una definición ontológica de lo que el dibujo animado sin visos veristas debe ser: una reversión de la realidad por la vía del absurdo. Incluso, con una sexualidad indefinida que aquí resulta más exacerbada que en el primer film. Y Mi villano favorito 2 viene a demostrar la felicidad que provocan cuando -como debe ser- los directores Pierre Coffin y Chris Renaud los dejan correr libres, sin ataduras, hasta con el culo al aire. Por otra parte, queda en evidencia que con su sola presencia son capaces de sostener ellos solitos una película bastante deshilachada como esta. Como que uno piensa constantemente mientras la mira: “dale, ¡hagan la película de los minions y ya!”. La promesa, recién, en los créditos finales.
Mi villano favorito fue uno de esos films animados que uno celebra, pero que teme que ante el éxito obtenido y la mecánica industrial del cine animado, se convierta en un aparato a repetición. El temor pasaba porque, evidentemente, aquella película era auto-conclusiva, se cerraba sobre sí misma: el protagonista era un hombre malvado y cínico, incapaz de demostrar amor, que por la intrusión de tres huérfanas terminaba convirtiéndose en un padre amoroso. La película hablaba, detrás de ese humor desaforado que proponían los minions y de esa burla al cine de espías a lo James Bond, que ser padre es algo no necesariamente genético, sino que se puede construir, edificar de la forma que a uno le parezca. De paso, tenía bellos momentos de cine, como aquella secuencia en la que el protagonista Gru robaba la Luna. No había, por lo tanto, un conflicto más para explotar. O, de haberlo, debía estar muy bien construido para justificar la existencia de una nueva película. La opción más potable, era hacer una buena película de acción con elementos de comedia. Un Kung fu panda, ponele.
Pero no. Mi villano favorito 2 intenta una suerte de conflicto con la posibilidad de encontrarle novia a Gru, solterón con tres hijas. Eso, que potencialmente podría estar bien desarrollado, se desarma enseguida cuando las consecuencias de aquello -la búsqueda de compañía amorosa para el ex villano- están trabajadas sin inteligencia ni corazón, y sí mucha rutina. Y para colmo de males, la trama de acción que debería sostener esto también es bastante tirada de los pelos y está torpemente trabajada. Por eso, que Mi villano favorito 2 parezca por momentos una película perezosa, hecha para tapar un bache dentro del mecanismo industrial del cine animado. O del cine a secas. Lo cual, en todo caso, era previsible (leer crítica de Mi villano favorito).
Por suerte, claro, tenemos a nuestros héroes amarillos. ¿En verdad son héroes? No se sabe. Ellos actúan desde la anarquía aunque, sí, le rinden total honor a su jefe Gru más allá de estar pasándola bomba en una isla donde son recluidos luego de ser secuestrados. Hay que reconocerlo: no sólo los minions son graciosos (su talla, su voz, sus gestos, su forma de moverse los hacen impecablemente cómicos), sino que todas las ideas que los rodean y sobre las cuales actúan, son originales y delirantes. Si Coffin y Renaud, y sus guionistas (Ken Daurio y Cinco Paul) decidieran aplicar el mismo rigor absurdo al resto (algo de eso asoma por momentos en la psicótica Agnes o en el villano El Macho), Mi villano favorito 2 podría haber sido una celebración de la comedia anabólica a lo Madagascar 3, pero es esa indefinición en el tono la que hace que el film luzca sin balance. Para colmo de males, los minions están más en pantalla y el impacto se hace más que evidente. En serio, traigan la película de los minions ya y dejen a Gru tranquilo, ahora que es un señor respetable con su esposa y sus hijas.